Retazos de vida imperfectos 07: «La sorpresa de Tomás».

 

Tomás carraspeó con persistencia.

Ernesto, su padre, seguía escribiendo. Estaba acabando las últimas frases de su próxima novela.

– ¡¡Bien!! – gritó exultante Ernesto al acabar el capítulo.

– Ejem. – volvió a la carga Tomás. – Grrrr, grrrr, ejem.

Arturo los miraba divertido desde la puerta.

– Papá.

Ernesto no le hizo ni caso.

– ¡¡Papá!! – dijo casi gritando.

– ¿Eh?

Ernesto dio un salto. Estaba tan concentrado que no se había percatado de nada.

– ¿Qué pasa Tomás? Me has asustado. ¿Estás enfermo?

Se acerco a él asustado. En un momento se dio cuenta que su hijo pequeño estaba angustiado. Tenía la frente perlada de gotas de sudor y su tez estaba pálida. Le puso la mano en la frente y le abrazó.

– ¿Estás bien mi vida? ¿La gripe? ¿Has soñado con la maga mala?

– Tengo que decirte algo. – tragó una saliva de la que no disponía.

Ernesto se separó de su hijo para poder verlo.

– Mira que eres dramático, enano. Suelta lo que sea, que a papá le va a dar un algo. – apuntó Arturo.

– Tranquilo, Tomás. ¿qué ha pasado? – matizó Ernesto.

– Pues que… ejem, tengo novia. – estas dos últimas palabras fueron casi un susurro.

Arturo estuvo tentado de soltar una carcajada. Ernesto levantó una ceja y no se atrevió a respirar.

– ¡Dí algo! – apremió Tomás. – y tú, no te rías imbécil – le espetó a su hermano – que ya te vale contigo y tus rollos.

– Oye, enano, déjame en paz que no me he metido contigo. Todavía.

– ¡Papá! – Tomás volvió su atención a Ernesto. – Perdóname, ya sé que pensabas que lo mío con Ricardo iba en serio, pero… Valentina… es que me he enamorado.

– ¡Ah! ¿Valentina?

– ¡¡Dí algo!! Joder, ya sabía que te iba a decepcionar. No debería habértelo contado. Debería haber fingido estar con un chico.

– Pero que dices, Tomás, si te quiero y te querré siempre, ya lo sabes. Me da igual que estés con un chico o con una chica. Solo que me he sorprendido. Pensaba que te gustaba Ricardo o en todo caso, Guillermo.

– O Manú – apuntó Arturo. “O Eduardo, o Luis, o Hugo…” pensó, aunque no lo dijo en voz alta.

Arturo seguía intentando controlar una carcajada so amenaza de su padre de partirle las piernas en cuanto se quedaran solos. Ernesto a Arturo: mirada de “te la estás jugando”.

Ernesto se levantó y dio un abrazo a Tomás. Hizo un gesto a Arturo que se acercó corriendo y se abrazó a los dos.

– Sé que no os cae bien Valentina… – Tomás miró alternativamente a su padre y a su hermano.

Ni Ernesto ni Arturo se atrevieron a negar lo evidente. Siempre les había caído como una patada en los testículos: era antipática, chula, muy engreída.

– Lo importante es que tú estés bien, a gusto. Si os queréis pues no hay nada más que hablar. Tienes casi 17 años. No te he dicho con 12 lo que debías hacer, no te lo voy a decir ahora. Otro abrazo de los tres.

– Papá, tengo que decirte otra cosa. – Tomás se mordió el labio de abajo.

– Dispara. – Ernesto estaba expectante.

– Pero no te enfades.

– No hombre no.

– Vamos a tener un niño.

– ¿Eh?

– Valentina está embarazada de mí.

Arturo estuvo listo para agarrar a su padre antes de que llegara al suelo. Ernesto había perdido el conocimiento.

El escritor y la Navidad. ¡Feliz Navidad!

Está ya en los casi 19. Es Arturo, el mayor.

Casi lo pierdo, pero al final, conseguí agarrarle cuando caía por el precipicio. Ya hace tres años.

Y Tomás está casi en los 16.

También casi lo pierdo, pero de otra forma. Casi se queda a vivir con su tío, mi antigua pareja. Un hombre al que no le gusta la gente, mucho menos los niños. Es incapaz de entenderlos. Mi Tomás casi acaba en un colegio militar. Hubiera sido enterrarlo vivo. Es un artista. Y ahora, a sus casi 16, es todo un adonis adolescente. En cuanto le desaparezcan algunas espinillas rebeldes, será un rompecorazones. Eso ya lo es, pero bueno. Es un tema que lleva con absoluta discreción.

Estas son nuestras terceras Navidades como familia. Ellos dos y yo. Soy Ernesto, “el escritor de los cuentos de Navidad”, el padre que adoptaron mis niños. Porque en este caso, aunque legalmente fui yo el que asumí su custodia, fueron ellos los que me entregaron su confianza.

Yo sigo soltero y sin compromiso. Mis hijos me dan todo el amor que necesito. Adri se ocupa del sexo. Es un chapero de altos vuelos. Lo conocéis seguro, es “amigo” de Jaime y lo habéis leído muchas veces en este blog.

Es Nochebuena, nuestra fiesta principal del año. Después de aquellas navidades en las que todos las pasamos sumidos en la tristeza, solos, y perdidos en nuestras vidas, Navidad ha sido la ocasión del año en la que hacemos que toda nuestra gente venga a nuestra casa y celebremos una gran fiesta. Este año, hemos escrito cosas para la ocasión, Tomás cantará con sus amigos. Nuestra gente de “Mundo Maravilloso” va a venir y participará en una obra de teatro que montamos.

Dos meses hemos tardado en prepararlo todo. Primero escribimos una historia. Arturo y yo nos encargamos de eso. Hacemos un guión y se lo mandamos a los actores, que son el resto de nuestros invitados. De eso se encargó Arturo solo. Y luego, por Skype, hacemos los ensayos. Es desternillante. 10 pantallas abiertas a la vez y cada uno interpretando su papel. Luego se corta la comunicación con alguno, nos quedamos así, con la boca abierta, esperando una respuesta que no llega. Luego juramos en arameo y al final nos reímos.

Pero al final, se va puliendo la obra.

Va a quedar genial.

Suena raro, porque parece que todos los asistentes a la fiesta, serán actores en la obra. ¿Y el público? Pues mira, lo vamos a grabar y lo colgaremos en Vimeo. Que todo el mundo lo pueda ver.

Va a ser bonito.

Ha sido bonito, en realidad. Lleva dos meses siéndolo. Hasta Arturo parece haber recuperado la alegría de vivir. Aunque para mi sorpresa, a lo mejor Sergio tiene algo que ver. Quién me lo iba a decir.

Sergio, desde que lo conocimos en el hospital, se ha convertido en otra pata de esta familia atípica. No sé muy bien como, pero en este último año se ha hecho inseparable de mi hijo mayor. Los miro y veo una pareja. Ninguno de los dos se declara homosexual, pero… tienen una conexión que desde hace unos meses, es también física. Hasta el mes de agosto o así, ni siquiera se rozaban. Evitaban todo contacto físico. Ni siquiera esos saludos que son característicos entre algunos jóvenes. Pero un día, les encontré bromeando y peleándose, tocándose por todos lados. Definamos tocar como un juego sin tener nada que ver con el sexo, no seamos mal pensados. Eso en agosto. Ahora, los roces son continuos, los abrazos ocasionales, y algún beso también esporádico.

Tengo el presentimiento que, cuando acabemos la obra, hacia la 1 de la mañana, y empecemos nuestra cena de Nochebuena, estos dos nos anuncien que son pareja. Y puedo jurar que al menos Arturo, nunca se ha sentido atraído por un chico. Y puedo asegurar con la misma contundencia, que no se siente atraído por ningún hombre. Si tiene sueños eróticos, los tiene con mujeres. Pero a veces, las cosas ocurren así. No es habitual, porque en general nos atenemos a la etiqueta que tenemos. Somos homosexuales, con hombres. Heteros, con mujeres. Bisexuales, pues con ambos. Y no salimos de ahí. Nuestra mente no lo permite. Las reacciones de nuestro cuerpo, tampoco. Quizás Arturo y Sergio, al haber sentido tan cerca la muerte, sepan salir de ese cliché, y estar liberados y saber aprovechar ese amor que ha fructificado entre ambos y que muchas veces se pierde en una amistad más o menos estrecha, cuando se trata de personas del mismo sexo. Ellos han sabido dar ese paso que otros muchos han evitado y seguirán evitando. Me viene a la cabeza ahora la historia de Pilar y Juan. Pilar es lesbiana. Pero un día se dio cuenta de que con quién mejor estaba era con Juan, su amigo del alma. Y se dio cuenta que necesitaba sus abrazos cuando estaba triste. Solo le valían los abrazos de Juan. Así que un día, se declaró. Pilar es así de decidida. Y Juan, que desde que la conoció estaba perdidamente enamorada de ella, se sintió el hombre más dichoso de la tierra. Creo que mis dos amigos, se casarán el año que viene. Hablaban de casarse en octubre, a ver.

Mira a Sergio. Acaba de coger a Arturo por detrás y lo tiene abrazado. Le acaba de dar un beso en el cuello y Arturo ha vibrado de placer. Por algo acogí a Sergio en el hospital, cuando era un borde recalcitrante. Reconozco que su abuela tuvo algo que ver. La abuela de todos a fecha de hoy.

Hablando de ella, ahí está, con Doris, con la cena. Y Tomás de pinche. Y Guillermo, su nuevo chico especial. Luego vendrán Ricardo y Manu, los amiguísimos de Tomás. Eduardo, el chico especial del año pasado, quedó en el camino después de una relación de pareja un poco tormentosa. Qué de dramas montaron esos dos. Llegará algún día en que vuelvan a ser amigos. Y llegará algún día en que Tomás se de cuenta que su verdadero amor es Ricardo. Pero tiempo al tiempo. Antes pasarán no menos de 4 nuevos novios de la muerte. Este Guillermo va a durar lo que yo te diga. Lo que tiene de chulo, lo tiene de tonto.

Me acaba de escribir Jaime. Va a venir con Adri. Al final no le ha salido una chapa que tenía. Adri es el chapero del que os hablé. Mira, así tenemos dos espectadores in situ. Hacen una pareja estupenda. Y mira que es difícil ser pareja de un chapero. Pero han llegado a un equilibrio perfecto. Pero por si acaso, no digáis nada de que Adri es mi chapero. No sé si lo sabe Jaime. A lo mejor no le hace gracia que trabaje para alguien conocido. Y al final vienen Rosa y Galo, y los niños. Y nuestros médicos, María y Fede y su niña, Irene. 3 bebés esta noche. ¡Qué bonito!

Mírales. Si acaban de darse un pico. Me refiero a Sergio y Arturo. Y luego miran a todos lados por si alguien les ha visto. Arturo me acaba de buscar la mirada. Que mirada tan bonita tiene. Tres años me ha costado verla otra vez puesta en sus ojos. Soy el hombre más feliz de la Tierra. Sí, creo que lo dirán esta noche.

Intentaré que Arturo escriba algo por Navidad. Jaime se pondrá contento.

Gracias a todos los que leísteis nuestra historia. Os deseo, desde “Mundo maravilloso”, que seáis felices en este año que empieza esta Nochebuena.

Feliz Navidad Queridos. Y gracias por estar ahí.

Navidad 2014: Ernesto, Arturo y Tomás, de «El escritor y los cuentos de Navidad».

Está ya en los casi 18.

Casi le pierdo, pero al final, conseguí agarrarle cuando caía por el precipicio.

Y Tomás está casi en los 15.

También casi le pierdo, pero de otra forma.

Estas son nuestras segundas Navidades como familia. Ellos dos y yo. Soy Ernesto, “el escritor de los cuentos de Navidad”.

Cuando acabé el libro, todo parecía encarrilado. Y era así, aunque en algún momento, sobre todo en los capítulos eliminados, la cosa no estaba clara. No, no los busquéis, que no están. Todavía no ha salido la edición especial de “El escritor y los cuento de Navidad”.

En el nivel de mi carrera profesional de escritor, las cosas han ido bastante bien. El libro anterior a “Los cuentos” fue estupendamente bien. Sí el del premio que nunca me acuerdo cómo se llama. El posterior, “La guerra en Mundo maravilloso”, batió todos los récords de ventas. Ha sido el libro más vendido en España en 2014. Y lo he vendido para traducirse a 34 idiomas. Rosa, mi representante, está negociando para ser traducida al japonés. Será el 35. En Inglaterra sale en Marzo.

En Méjico y en Argentina ha sido también el libro más vendido del año. Incluso en Chile, es el libro más vendido de la historia, después de la Biblia y el Quijote.

Ese tema no puede ir mejor.

Tomás hizo una pequeña gira con una compañía de teatro, haciendo un musical. No recuerdo cual era y me vais a perdonar, no tengo la cabeza para buscarlo ahora. Fue un fracaso la obra y a parte, Tomás empezó a tener problemas para dormir otra vez. Volvimos a casa.

Arturo parece que está bien. Eso quiere aparentar. Yo sé que no lo está. Veo continuamente esa nube encima de él. Parece alegre, pero si borras su boca, los mofletes, y te quedas solo con los ojos… son los más tristes que he visto nunca. Creo que sigue pensando que debía haberse ido, debía haber dejado caer el ascensor en el abismo y no permitirme salvarlo. A veces lo encuentro mirándome con un gesto de reproche. Quiero indagar dentro de él, ver lo que siente, pero ya no me deja entrar en él. A veces me cuelo en su cabeza, en su espíritu, pero no puedo estar mucho tiempo. En cuanto se da cuenta cierra el interruptor de nuestra conexión.

Me preocupa además que se ha vuelto muy solitario. No tiene casi amigos. Y después de aquella Jénifer que le hizo tanto daño, apenas ha tenido novias ni amigas. Y las que ha tenido no le han durado más allá de una semana.

Tomás también está preocupado por él. Yo creo que por eso tuvo esa recaída en sus problemas de sueño, por la gira. Sentía que debía volver al lado de su hermano. Y yo creo que sus amigos de “Mundo Maravilloso” colaboraron todo lo posible para que la gira fuera un fracaso y volviéramos a Burgos, sin la sensación de haber fracasado.

Hacemos todo lo posible para que Arturo sea feliz, pero no acabamos de conseguirlo.

Ahora, les veo a través de la mampara de cristal. Están acabando de preparar la cena de la Noche de Reyes. Es nuestra noche. Es la noche de la Magia. Decidimos que fuera nuestra principal fiesta cada Navidad. Tenemos la casa llena de adornos, tenemos un enorme Nacimiento que hemos hecho nosotros mismos, tenemos un árbol con muchas luces, en la terraza. Y muchos adornos más. De hecho, hemos adornado todo el edificio. Los vecinos al principio nos miraban con cara de “estos están pallá”. Pero mira, quedó bonito y como lo pagamos nosotros… pues todos contentos. Hemos salido hasta en el diario. No es por nada, es el mejor adorno de todo Burgos.

Todo como soñaba Arturo. Todo como lo que me contaba que deseaba en nuestro Ascensor particular, durante su coma.

Pero no consigo que reaccione.

He renunciado a las giras de promoción por el extranjero, a los programas de televisión en los que podía ver agigantado mi ego de artista. Y ganar un dinero. En las giras por España me los llevo a los dos, siempre que puedo. Les gusta acompañarme. Y Arturo me mira siempre con una cara de orgullo que me hace sentir bien. Pero eso dura un rato, luego vuelve la nube.

Seguro que no se perdona por estar vivo y que su madre y su hermana murieran en el accidente. Seguro que es eso, pero no encuentro la forma de que se perdone y siga con su vida.

Viene Rosa a la cena de Reyes. Viene con Galo, un novio italiano que se ha echado. Hacen buena pareja. Y creo que hoy nos van a dar la noticia de que está embarazada y que Arturo va a ser el padrino de su niño. A ver si eso le alegra. Y más cuando se enteren de que van a ser gemelos. Tomás será el del otro niño. Van a ser niños, lo sé. “Mundo Maravilloso” tiene esas cosas.

Vienen también los amigos de Tomás: Fernando, Manu y Ricardo, y Eduardo, que me parece que tiene pinta de ser su noviete. Arturo no ha invitado a nadie. Y viene Sergio también que ha vuelto de su año en Inglaterra, por lo del inglés. Ya está completamente recuperado del cáncer. Es casi como de la familia. Y viene su abuela, que se ha convertido en la abuela de todos. Y ella feliz. Cada día parece más joven.

He invitado a Elías también. Nuestra historia de amor es de ida y vuelta. No estamos centrados. Él tiene miedo y yo… yo no estoy seguro. Me gusta y creo que lo quiero, pero… es posible que sea que no deseo quitarle ni un gramo de afecto, de amor, a Arturo y Tomás. Creo que me necesitan mucho, que necesitan de toda mi atención, de todo mi cariño. A veces dudo de si seré capaz de tener una pareja en el futuro.

Pero hoy vamos a intentar hacer una gran fiesta. Vamos a hacer que nos olvidemos de todo. Ojalá su efecto nos dure una buena temporada. Veo que Darío y Kevin vienen también. Darío parece que ha dejado de sentirse culpable por el accidente. Por lo menos él lo ha conseguido. Kevin tiene mucho que ver en eso. Ese chico tiene tantas ganas de amar… es un buen ejemplo de que el amor cambia el mundo.

Casi se me olvida citar a María y Fede, médicos de profesión, los artífices de que Sergio y Arturo tuvieran un final feliz a su estancia en el hospital. Parece que también van a ser padres. Me da que la fiesta del año que viene, va a estar llena de bebés.

Arturo me está mirando desde el otro lado de la mampara. Creo que quiere que vaya. Ya. Tiene urgencia en la mirada. Han empezado a llegar todos y necesita alguien en quién apoyarse. Es curioso, él necesita de mí para sentirse seguro, y yo necesito de él. Sigue siendo mi apoyo, mi guardián. Me sigue llevando la comida o la cena en mis periodos de escritura catártica. Sigue poniéndome la manta cuando me duermo en el sofá y sigue corrigiendo mis escritos. Incluso creo que a veces, me escribe algún capítulo. Y sé que ha escrito varias cosas interesantes, pero no me deja leerlas. Posiblemente porque hable de muerte, de tristeza, del abismo, de su abismo.

Hoy espero al menos que sea una noche alegre. Los regalos están debajo del belén, la comida está en la mesa, Arturo y Doris se han ocupado del tema. Y la abuela de Sergio traerá algunas cosas, seguro. Es una gran cocinera. Qué mujer tan vital, tan extraordinaria. Ella salvó a su nieto de la enfermedad. Luchó contra todos, hasta contra el mismo Sergio que era francamente insoportable mientras estuvo en el hospital. Le dio igual los desplantes, sus insultos, e incluso, en medio de algunos de los tratamientos duros de quimio, de los golpes que le dio el chico. También luchó contra la desidia de los padres de Sergio. Y ganó. Ella dice que yo fui clave. El verme en el hospital en el que también estaba Arturo, y poder presentarme a Sergio que leía apasionadamente mis obras, fue clave. Y nuestra conversación en los pasillos del hospital. Yo creo que ella fue la artífice, pero tampoco me viene mal un poco de culto al ego. Al menos, lo que no acabo de conseguir con mi hijo, lo hice con Sergio.

– Papá, debes venir. Me va a dar un ataque.

Al final Arturo ha abierto la mampara.

– Arturo, si los conoces a todos.

Le he sonreído con todo mi amor, pero está al borde de un ataque de ansiedad.

– Ven, siéntate conmigo mientras acabo de escribir. ¿Quieres leerlo?

– Ya lo he leído.

Lo miré muy serio.

– Es injusto lo que haces. No me dejas entrar en tu cabeza. Y tú entras en la mía cuando quieres.

Me acaba de sonreír. Es la sonrisa más triste que he visto en mi vida.

– No podrías soportarlo, papá. Es mejor que no entres.

– Pero… – he intentado rebatirle, pero no me ha dejado.

– Ernesto, acaba de escribir, lo necesita Jaime para el blog.

– Arturo, hijo…

Se ha acercado a mí y me ha plantado un sonoro beso en la mejilla.

– Me retuviste y debes cargar conmigo. Ajo y agua.

– No eres ninguna carga – me he revuelto contra esa afirmación.

– Te quiero, Ernesto. Acaba, te estamos esperando.

Debo acabar. Se ha dado la vuelta y ha salido de la habitación. Ha cerrado cuidadosamente la mampara de separación. Y me ha sonreído al hacerlo.

Seguiré luchando por conseguir la llave para entrar en los pensamientos y sentimientos de Arturo. Seguiré intentando encontrar la forma de que vuelva a ser un chico de 18 años que no se eche la vida del resto del mundo a la espalda. Que recupere la alegría, que salga con chicas, que se enamore, que folle en el asiento del coche, que me saque de quicio por llegar tarde a casa y medio borracho. Deseo que tenga que hablar con él muy seriamente sobre drogas, sobre alcohol, sobre preservativos.

Es un buen deseo para los Reyes Magos. Vida, amor y compañía.

Tengo que irme. Me toca una ronda de besos y abrazos. Ya están todos. Elías no, que se ha rajado. Me acaba de mandar un wasap, diciendo que se borra de la fiesta. Quizás llame a algún chapero luego, hoy necesito un poco de roces de piel. Sin compromisos.

Le pediré a Jaime el teléfono de Adri.

Dedicatoria:

Jaime, todo tuyo, para tu especial Navidad. Te lo dedicamos a ti y a todos tus lectores.

Ernesto, Arturo y Tomás.

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Estos son los protagonistas de «El escritor y lo cuentos de Navidad».

Arturo escribe.

No, no quiero. No quiero ponerme a pensar en ellos. Me duele el alma, las entrañas, hasta el último rinconcito de mi cuerpo, hasta ese en el que nunca he tenido conciencia de poseer.

Ya ha pasado algún tiempo. Se fueron al cielo, como se diría a un niño. Me hubiera gustado ser un niño para que me lo hubieran dicho así. Y tener la inocencia de mirar al cielo y verlos, y bailar para ellos, y reír con ellos. Sentir con ellos. Y percibir como ellos nos quieren y nos aman y sentir su apoyo.

Necesito su apoyo ahora. Siempre.

El otro día entré en casa y sentí como si estuviera en un sueño. Ya han sido muchas veces las que me he sentido así, como representando un papel en una vida que no es la mía. Como si estuviera entrando en mi casa y no fuera mía, vistiendo unas ropas que son simple atrezzo, y hablando con gente que se circunscribe a un guión que nos hemos estudiado antes. Lo único que no tengo claro, cuando tengo esas percepciones, es… ¿cuándo hemos ensayado? Y si lo hemos hecho… ¿por qué no hemos mejorado la historia para que la cosa vaya mejor, para que los personajes sean felices, se amen, rían, y sepan abrazar. Para que no finjamos preocuparnos por el prójimo cuando en realidad queremos machacarlo, porque lo único que nos importa es “yo, yo, yo”.

Yo.

Ellos podrían estar aquí y ayudarme con esta vida, quizás pudieran mejorar las líneas del guión de la vida que me tocan. SE fueron pronto, siempre se van pronto, aunque nos pille con muchos años. Siempre es pronto para desprenderte de la gente que te quiere. Es que no hay tanta gente que le quiere a uno ¿sabes? En eso nos engañamos mucho… mucho.

Lloro muchas veces, cuando no me ve nadie. Voy por la calle y recuerdo algo, recuerdo ese día, por ejemplo, que nos sentamos en una terraza y pedimos unas tortitas que estaban malísimas y nos entró la risa, y el camarero se casi enfadó porque parecía que nos reíamos de él, aunque al final es cierto, nos reíamos de él, el pobre, pero es que era o reírnos o saltar a la yugular del cocinero y asesinarlo allí mismo, como un justo castigo por una falta grave, muy grave diría. No se puede fastidiar a unas tortitas de esa manera, no ante los ojos de unos amantes de ellas, como nosotros. Mi madre adoraba las tortitas y las hacía… no he vuelto a comer tortitas desde que murió. No puedo. Me entra… como decía antes, me entra la congoja en dónde esté y al final acabo en un mar de lágrimas, escondiéndome en el servicio, si es que estoy con alguien. No está bien llorar a cada momento cuando estás con tus amigos.

Algunos me evitan después de pillarme llorando. Les da como mal rollo o yo qué sé. Es por eso de que ha pasado ya un tiempo… pero ¿En cuánto tiempo debemos olvidar? ¿Cuánto tiempo nos pueden aguantar los amigos esos ratos de congoja y soledad en los que no podemos evitar llorar desconsoladamente o volvernos locos del dolor? Ese dolor… duele. El dolor vuelve loco a uno.

No sé tampoco si quiero olvidarlos.

El otro día volvió Tomás de su viaje. Cuando entró por la puerta con Ernesto, solo fue un instante que nos miramos a los ojos y ya estábamos llorando como magdalenas. Abrazados. Pegados. Han sido varios días sin vernos y … no puedo vivir sin el enano. Y sin Ernesto tampoco. Si les pasara algo a ellos, no podría seguir viviendo, fijo. No podría soportar una carga de dolor mayor… joder. Necesito a mi hermano pequeño para que mitigue mi… es el único que entiende qué pasa por dentro de mí, como duele, los recuerdos…

Ernesto nos miraba sonriendo. Noté un pequeño gesto de orgullo en su mirada. El resto de ella irradiaba amor por nosotros. Cuánto agradezco al destino, a Dios, o a quién sea, que tantas cosas nos ha quitado, que haya propiciado que nos encontramos con Ernesto en el camino. Colma nuestra ansia de protección y de amor. Cuanto se equivocaban aquellos que lo consideraban un deshecho humano, alguien que no podría vivir sin nadie al lado que le hiciera las cosas más normales de la vida, que el comprara los calcetines, que le preparara el desayuno… Ernesto siempre con su fama de vivir permanentemente en el limbo de los sueños imposibles. Un escritor de una novela como decían. Es nuestro padre, de las pocas personas que nos unen a la tierra, a la vida. Sin él, sin su empeño, sin sus recursos, me hubiera ido con mi madre y mi hermana.

Yo ahora mismo, diría que quiero a muy pocas personas. Diría a dos, a Tomás y a Ernesto. Antes tenía muchos amigos, y los sigo teniendo, pero… de otra forma. Antes ocupaban un lugar muy importante en mi ranking de personas VIP. Pero han ido bajando puestos… y nadie los ha sustituido. Ni siquiera Sara, la chica con la que estoy tonteando, para desesperación de Ernesto. El pobre yo creo que finge que no le gusta que salga con chicas para que yo haga al contrario, para que salga y vuelva a vivir un poco la vida, como me dice cada vez que tiene ocasión. Pero ahora mismo, no me apetece demasiado vivir la vida, ni dedicarme a lo mismo que hace el resto de la gente, mis amigos. No. Estoy a gusto en casa, leyendo, estudiando, viendo cine, escuchando como ensaya Tomás, o ayudando a Ernesto a escribir.

Ernesto también está solo. Lo intentó con el ascensorista, pero éste salió corriendo un buen día, sin saber muy bien por qué. Creo que a Ernesto no le contrarió demasiado. Creo que se había desengañado (Ese chico al que en la ficción cambiamos tanto de nombre que ahora mismo ya ni me acuerdo de cual era el verdadero); le idealizó quizás por escribir sobre él y hacerlo un poco en la ficción como él hubiera querido que fuera para quedar prendado de sus encantos. Era un hombre estupendo, pero… no era lo que Ernesto había imaginado para el personaje. No fue culpa de ese chico… Pero… el caso es que no era lo esperado. Elías, creo que se llamaba Elías, me acabo de acordar.

Debería salir a la calle a pasear. Pero… no me apetece. Debería aceptar la idea de Sara de pasar la tarde con ella en casa de sus padres, que se han ido de puente. Pero… no creo estar en disposición de cumplir mis deberes de novio.

Ernesto me está mirando mientras escribo, por una rendija de la puerta. Va a entrar en cualquier momento y me va a meter en uno de sus planes locos al que pondré todos los reparos del mundo, pero al que acabaré adhiriéndome y que acabará entre risas y carreras por la calle, o en el cine, o en el burguer… o dónde sea que nos quiera llevar.

Sigo echándolas de menos. Sigo preguntándome lo que haré sin ellas. Sigo pensando que esta vida no es la mía, no me corresponde… no sé como explicarlo mejor. Sin ellas no soy nada.

Empieza el ataque de Ernesto contra mi abulia. Y viene secundado por Tomás con esos ojazos que me llegan adentró. Estoy orgulloso de mi hermano. Sí.

Me quedan diez minutos para rendirme.

Hasta la vista.

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Arturo es uno de los personajes de «El Escritor y los cuentos de Navidad».

Cuento: «El escritor y los cuentos de Navidad» (Epílogo).

Para ponerse al día con el relato.

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Parecían que estaban en otro mundo aunque estaban en el mismo bar que los demás. Nadie había reparado en ellos. Estaban sentados en una esquina, cogidos de la mano. Precisamente en la mesa en dónde Arturo se sentó el día de la estratagema de Ernesto para echar de su lado a Germán. Se miraban con ojos de besugos enamorados.

– Cielín, te quiero. Qué bien lo has hecho.

– ¿Te ha gustado?

– Has trabajado mucho.

– Sí, Cari, ha sido muy agotador. Cinco años.

– Y has cambiado el destino. ¿Como convenciste…? – Gaby señaló al cielo.

Irene bajó la cabeza.

– ¡No! – Gaby había entendido y algo parecido a la indignación apareció en su rostro – ¡Las vacaciones! ¿Has renunciado a todas las vacaciones? Nos íbamos a ir a las Islas de los Ángeles. Llevábamos más de cien años preparándolas… ¡Irene! ¿A todas?

– Parece mentira Gaby, cariño, pichoncito. Tú eres mi jefe. Deberías estar orgulloso de mí.

– Pero no me has dicho nada. Debería estar más enfadado todavía.

– Arturo lo necesitaba. Y Ernesto. Tomás se hubiera quedado solo el pobre, porque Germán se hubiera desentendido del chico.

– No entiendo.

– Lo escrito era que en el accidente muriera también Arturo. Y Ernesto se hubiera consumido de no haber aparecido los niños. Él ha salvado a Arturo, pero éste y Tomás le han salvado a él.

– Por eso hiciste que conociera a Germán.

– Exacto. Pero aún así, Arturo debía morir… estaba escrito.

– E hiciste ese pacto con el Jefe. Para salvarlo.

Irene movió la cabeza indicando que no era exactamente así.

– Dime entonces…

– Es que…

– ¿Secreto? Así nos ira bien en nuestra relación, Pichoncito.

– ¡Hombres! No entendéis nada.

– En realidad … fue Ernesto el que le convenció – se le había encendido una luminaria en su entendimiento.

– ¿Habló con él?

– No hombre, nadie habla con él, ya sabes. Pero… es un hombre tan bueno… que al contárselo y presentárselo… pues el Jefe cedió.

– Y tus vacaciones.

– Era para que se sintiera bien. Para darle algo… hay que hacer que el Jefe se sienta importante. No solo las mías… también las tuyas.

– ¿Eso haces conmigo? – Gabriel no cayó en lo que había dicho Irene.

– Pues claro. Pero sabes, hay una buena noticia.

– ¿Cual?

– Tenemos 10 días libres.

– Yo tengo en realidad dos años que me corresponden.

– Bueno… ejem…

– ¿Como que bueno? Huy, espera que me llega un mensaje de la dirección… – Gabriel se puso los dedos en la sien – Te mato – miró con cara de enfado a Irene.

Ésta miró al techo del local y se acicaló la melena como si no fuera con ella.

– ¿Te gusta el color de mi pelo? – pero el gesto huraño de su Gabriel le hizo olvidarse de su maniobra de distracción – Si te lo he dicho hace un momento, pero no me escuchas. ¡Hombres! Sois todos iguales.

– No me despistes… que no va a colar…

– Pero ¿te gusta o no?

Gabriel no entendía a que se refería.

– ¡El pelo! Si es que hay que deciros todo.

– Que… qué mujer, estás preciosa con el pelo de verde y rojo a rayas. Pero…

– Pues no lo has dicho con mucho convencimiento.

– Has regalado mis vacaciones también.

– Es que no le podía decir que tú no estabas en el ajo, entiéndeme. Eres mi supervisor.

– Y.. y.. y… y… ¿No podías habérmelo contado? Por no parecer bobo.

– No has parecido bobo. Él piensa que lo sabes. Y que es idea tuya, además.

– ¡Ah!

– Pero mírales, – se giró hacia el bar – que felices todos. Ernesto y los chicos, ese Elías que va a hacer muy feliz a Ernesto, los chicos de Mundo Maravilloso que irán subiendo en número y en felicidad, los libros del escritor que serán un refugio para mucha gente, un estímulo… Arturo y esa chica, Vicky, que serán novios dentro de unos meses… y Tomás que seguirá cantando y actuando.

– Ya, bueno.

– Mira, mira, como se acerca Elías tímidamente a Ernesto. Y Arturo, que se da cuenta y lo llama.

– Muy bonito todo – Gabriel seguía pensando en sus vacaciones perdidas.

– Y lo más precioso de todo, es que ellos piensan, Ernesto y Arturo, los escritores, que son ellos quienes nos han creado a nosotros.

– Ya, una gracia sí. Encima seremos el hazmerreír por salir en la novela. ¡Sois personajes de novela! Así nos dirán en las reuniones.

– Déjales que se rían. Nosotros nos reiremos cuando estemos jugando al…

– ¡Calla! ¡Que somos ángeles! No podemos hablar de esas cosas…

– Vale, pues no hablemos. ¡Hagámoslo! – Se le pusieron los ojos en blanco anticipando el placer de su jueguecito preferido.

– ¿Aquí? – Gabriel miraba asustado a toda la gente que había a su alrededor – Mira, si hasta llega Germán.

– El pobre… intentará volver con Ernesto. Va a ser un poco tocapelotas… ¡Espera! Se me ocurre…

Irene puso el dedo señalando a cielo. Lo movió en círculos, dos veces a la derecha y tres a la izquierda. Todos los asistentes se quedaron parados, salvo Ernesto, Elías y Germán. Ernesto y Elías sintieron un impulso irrefrenable. Germán se acercaba a Ernesto con una sonrisa seductora en ristre. Pero en esto que el impulso irrefrenable de Ernesto y Elías surtió su efecto, pegaron sus cuerpos de tal forma que ni una hojilla de papel de fumar cabía entre ellos y se besaron tórrida y apasionadamente.

– Pero mira que eres traviesa – oyeron los ángeles a su lado.

– Se giraron y allí estaba Arturo.

– Pero… – ahora eran los ángeles los que pusieron cara de sorpresa.

Arturo no dijo nada. Solo sonrió y volvió a sentarse en su butaca. Estaba cansado. Miró a Irene. Germán seguía mirando fijamente el beso de Ernesto y Elías, que no paraban ni para respirar. Gaby tocó a Irene en el brazo. Ésta levantó su mano de nuevo, y apuntando al cielo el dedo, murmuró unas palabras.

Todo volvió a la normalidad. Ernesto y Elías se separaron. Ernesto miraba al chapero. Éste miraba a todos lados sin saber muy bien que había pasado. Germán se dio media vuelta y salió contrariado del local. Arturo miró a su padre y sonrió. Éste le guiñó un ojo.

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– Y se creerán Irene y Gabriel que ellos mandan.

– Déjales que lo piensen – le contestó Arturo.

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Miraron los dos al fondo de la sala en donde no se veía a nadie. Sonrieron a la vez, como si lo hubieran ensayado,y mandaron un beso con la mano.

Gaby e Irene se miraron desconcertados. Hasta que Irene estalló en una carcajada que acabó contagiando a Gabriel.

– Me parece que Arturo o Ernesto han jugado con nosotros.

– Y me parece que he regalado nuestras vacaciones por nada.

– Joder, el jefe, que morro.

– Al menos tenemos diez días, pichoncito.

– Vamos, boquita de pitiminí.

Esta vez fue Gabriel quien dijo unas palabras y los dos, desaparecieron, abrazados, dándose un suave beso en los labios, detrás de una nube de chispitas, a colores verde y rojo, como la melena de la Irene.

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