Una buena mañana para correr (28).

Carlos se había ido hacía ya un rato. Diego se quedó en la taberna. Sacó un libro de su mochila, y se puso a leer.

Solo fue un intento, porque no conseguía concentrarse. Al final lo cerró de un golpe, y lo dejó sobre la mesa.

Pensaba en Carlos. En como le gustó solo verlo en brazos de Juancar, cuando lo llevó a casa al hombro, como un saco, después de darle el somnífero que suele utilizar con sus víctimas. Se quedó mirando las curvas de su culo, en lo alto, con esos Unno en todo su esplendor, porque los pantalones se le habían caído más de la cuenta.

Él se había levantado para ir al servicio. No había salido esa noche, porque tenía que estudiar. Esa era la disculpa que se daba a sí mismo para engañarse. En realidad no tenía con quien salir. Al menos no tenía gente con la que salir y que le gustara, o que al menos estuviera a gusto. Pero a veces la realidad, aunque la conozcas perfectamente, es dura, y conviene engañarte un poco, para sobrellevarla mejor. Así, además en caso de preguntarte los demás, tienes la excusa como más asumida, y cuando la dices, suena como a verdad, lo que te hace quedar mejor ante los demás. Es patético decir a los que te preguntan, que no tienes gente con la que salir, gente que te haga sentir bien. Algunos te pueden ofrecer el salir con ellos, pero salir con alguien porque das pena, eso sí que… eso es peor que la muerte.

Pero no, no estudió. No tenía el qué. Como su vida social era inexistente, llevaba todo preparado al máximo. Los exámenes los tenía para 10. Eran exámenes parciales, además, que tampoco eran importantes. Tenía algunos antes de Navidades, y algunos al volver, a parte de los trabajos, y demás. Esto del plan Bolonia era un pringue, pero a él casi le venía mejor, le hacía parece menos patético, ya que siempre tenía justificación para no salir.

Ese culo… se había quedado mirando como su compañero de piso desnudaba a Carlos. Joder, cuando le vio encima el aparato. Nunca había visto algo igual, aunque tampoco es que hubiera visto muchos. Y… esa cara… vamos que le gustó enterito. Lo que hubiera dado por estar en el lugar de Juan Carlos, y desnudarle él, y tocarle él…

– ¡Ospe! Tío. Y chitón si sabes lo que te conviene.

Juancar se había dado cuenta de que estaba en la puerta. No le quedó más remedio que irse a su cuarto. En lugar de seguir durmiendo, aprovechó que tenía la visión reciente, y, sirviéndose de inspiración, se acarició a si mismo, hasta caer exhausto entre gemidos de placer. Gemidos quedos, para no dar pistas a Juan Carlos.

Tampoco había sido completamente sincero con Carlos respecto a lo de irse del piso. La verdad es que le echaban de él. Sobraba. Diego tenía la teoría de que Juan Carlos quería haberle sacado partido, o que entrara en el juego con él, para sus artimañas. Por eso sabía más de la cuenta al respecto. Porque había intentado que se convirtiera en su socio. Juan Carlos pensó que al ser un solitario y no ser atractivo, Diego iba a estar encantado de meterse en la banda, por tener algo de vida social. Pero Diego podía estar desesperado, que a veces lo estaba y mucho, pero no pasaba por ello. Eso le hubiera hecho sentirse el más abyecto de los despojos humanos. Podía sobrarle 20 kilos para ser atractivo, ser consciente de que no atraería a nadie con su apocamiento, con sus complejos, pero prefería eso a sentirse una escoria humana, que es lo que consideraba a sus compañeros de piso. Porque las chicas eran las cómplices del otro. No sabía cual era el trato, pero el caso es que eran ellas las que marcaban a las presas. Porque eso es lo que eran, presas.

Y ahí estaba Diego, pensando en dónde dormiría esa noche, porque era hoy el día en que Juan Carlos le había dado de plazo para dejar el piso. Tenía casi las maletas hechas, pero… no tenía dónde llevarlas. Esa mañana, al acabar con Carlos tomando un café, pensó que a lo mejor podía haberle dado alguna solución, o incluso le podía haber ofrecido un lugar en su piso… pero ni siquiera se atrevió a pedírselo. Tampoco la conversación había ayudado mucho.

Hablando con Carlos, había sentido que ese chico, no era de los que hacían sentirse bien a los que estaban con él. Casi llegó a pensar por un momento en que las tretas de Juan Carlos, en este caso, podían servir de contraprestación a otros, a los que Carlos hubiera utilizado antes. De otra forma, eso sí. Pero al final acaban todos heridos de alguna forma. Aunque por otro lado, pensó que también había algo en él, que era bueno. Como si hubiera sufrido, como si su vida en algunos aspectos, o en algunas épocas, hubieran sido complicadas. Por un lado, le veía como alguien que se aprovechaba de la gente, que follaba sin tener en cuenta los sentimientos de sus parejas ocasionales, y por otro, de ser capaz de pillarse por alguien, casi siempre de la persona menos indicada.

Y de ese chico complejo, es del que se había pillado.

Un Unno en lo alto de un hombro, paseándose por el pasillo de su casa, una paja a su salud, una meada en compañía, un café con aspirinas, y Diego ya se había sentido pillado por él.

– Lo que hace la desesperación, Diego – murmuró para sí.

Era su frase preferida para dedicársela a sí mismo. De vez en cuando además, le gustaba decírsela en voz alta. Escucharla, le hacía sentirse un poco más patético. Y en el fondo, Diego estaba empezando a disfrutar de su patetismo. Su mirada se encontró con su reflejo en un espejo que había en una de las paredes del bar. De lateral. Vio sus muslos gordos, su estómago prominente… su cara de palurdo, pensó. Casi le dieron arcadas.

El sonido de su teléfono rompió estos pensamiento tan masoquistas. Miró la pantalla, arrugó el ceño.

– Dime Juan

– ¿Qué coño te has tenido que ir con ese a tomar nada?

– ¿Qué?

– No te hagas el tonto conmigo, que ya sé que lo eres. Que qué le has dicho a ese imbécil.

– No le he dicho nada.

– Más te vale, gilipollas, porque si no te parto esa cara deforme de gorda que tienes. Y ya estás sacando tu mierda de esta casa. A las 6, como no hayas sacado todo, te lo tiro por la escalera.

– Juancar, no… me dijiste el otro día que me darías…

– Una mierda. Habértelo pensado antes de irte con ese a tomar nada. Que no te le vas a follar nunca, a ver si te enteras. Que nunca se van a fijar en ti, y menos gente de esa calaña. Encima te hago un favor, porque ese tío no es buena gente. Pero como eres gilipollas, le viste ayer la polla, y te la has cascado esta noche pensando en él. Eres patético.

– Oye, no te pases que…

– ¿Qué? ¿Qué? ¿Me estás amenazando? Mecagüen tos tus muertos… todavía te parto esa jeta que tienes…. imbécil. Las seis de la tarde. Todo fuera. Y mejor es que no te hayas ido de la lengua, porque si no… te parto tu puta cara.

– Oye, que no le he dicho nada, y… ¡me ha colgado! Será…

Diego se quedó mirando el teléfono. ¿Qué iba a hacer? Buscaría una pensión para un par de noches, mientras buscaba un piso, o algo. Sus padres se iban a enfadar si se enteran… lo habían dejado todo en sus manos, como prueba de confianza. Y de momento, todo iba rematadamente mal.

Y encima esos últimos meses, se había gastado un dineral en intentar hacer amigos. Le quedaban pocos recursos para el resto del año. No quería ni pensar en tener que llamar a su madre para pedirla dinero. Sería otra humillación, otro fracaso.

Se levantó, y se acercó a la barra. Se pidió un Vermouth Rojo. Con gotitas de ginebra. Quizás el hombre Martini, le inspirara alguna solución, mientras andaba con patines por sus venas, en forma de alcohol.

– A tu salud, gilipollas.

Él, Diego, brindando con su reflejo, Diego también. “Joder, Carlos, ¿Por qué no te puedes parar un momento y mirarme siquiera un poquito?”

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