Un día lo vemos todo de color de rosas. Al siguiente, es color avellana. El martes nos apetece cenar una tortilla de gambas, y el miércoles, empezamos un régimen en el que solo podemos cenar: nada. Las cosas no son como queremos, ni siquiera como esperamos. Todo cambia, nada es inmutable. Hasta nuestros sentimientos cambian. Nuestra forma de pensar. Hoy, nos engañamos con que Matilde es la mujer de nuestra vida, y mañana creeremos que Serafín es quién nos va a acompañar de vacaciones, antes de separarnos definitivamente.
Hoy creeremos conocer a Carlos, pero en realidad no nos conocemos ni a nosotros mismos. Cualquiera que nos mire con ojos de querer ver, sentados en cualquier rincón del planeta, sabrá más que nosotros mismos. ¿Tienes mirada asesina? ¿Matarías a alguien? Seguro que contestas que no con rotundidad. Pero mejor será que no te veas en la situación, o que te encuentres con alguien con la suficiente capacidad de persuasión, porque al final matarás a cualquiera, hasta a Hilario, tu amigo del alma, y de quién estás secretamente enamorado desde el parvulario.
Mejor que la vida no te ponga a prueba.
En una mesa del fondo, está sentado un chico de unos 16 años. Con una media melena que enmarca su rostro de adonis. Sus ojos son oscuros, que contrastan con su pelo rubio. Pasa las páginas del Marca, como si le interesaran, pero en el fondo, nada le interesa. Asoma en su mirada un toque de indiferencia y hastío de todo.
Espera.
Es el hermano de Darío, el camarero. Desde hace unos años, dos aunque para él es casi toda su vida, es además su padre. Y su madre. Y odia a su hermano como lo hubiera hecho con sus padres si hubieran vivido lo suficiente para que le disfrutaran a esa edad. En realidad no es odio. Es fastidio. Porque en el fondo, fondo, le ama profundamente. Aunque no lo sabe, y menos, lo reconocería en voz alta, aunque dependiera su vida de su confesión.
Esnifa.
Darío, su hermano, no lo sabe. Ni el jefe de Darío, que les quiere como si fueran sus hijos. No lo saben sus profesores del instituto, aunque Margarita, la profesora de lengua, ha notado algo raro en su comportamiento. Lo comentó el otro día sentada en la mesa de la ventana a Candela, una profesora que le había dado clases hacía dos años. Pero al final llegaron a la conclusión de que sería la edad, y que se notaba que faltaban sus padres. “¡Qué pena!”, comentarían las dos.
Pero no era la edad, ni que en lugar de padres, tuviera un hermano que hacía de padre, madre, hermano, y que ya había dejado hacía meses su intención además de ser su amigo.
Darío, su hermano, en realidad había perdido a sus amigos de toda la vida, y no había tenido tiempo de hacer nuevos. Aunque intentaba engañarse, estaba más solo que la una. Aquellos se fueron escapando de su lado, cuando a los 18, de repente, se vio huérfano y con un hermano de 14 al que mantener y cuidar. Porque ya no iba con ellos al botellón, ni al cine a ver a Angelina por si se le saltaba el sujetador y la veían una teta. A él la verdad esto último nunca le había llamado mucho, pero para que iba a llevar la contraria a todos sus amigos. A él le hubiera gustado verle un huevo a Leo Dicaprio. Pero ni jaleando a la Angelina en la última peli que fue a ver con sus amigos de toda la vida, pudo evitar que le fueran dejando de llamar. Quizás contribuyó que se quedara dormido en el cine, porque había tenido que trabajar sus ocho horas, y lavar y planchar la ropa para que su hermano pudiera irse de campamentos al día siguiente. Y sus amigos no le perdonaron que se durmiera en una peli de Angelina. Y menos que roncara. Y encima era la que se basaba en el videojuego ese.
Darío de haberse dado cuenta, les hubiera confesado que se hubiera dormido incluso si hubiera aparecido Leo Dicaprio, que era el actor que le gustaba, o uno español que nunca se acordaba como se llamaba, y que salió en una peli con el de “Cuéntame”. La vio en el ordenador, y se quedó prendado de sus ojos azules, y su cara de bueno. Es que en la peli hacía de bueno. El de Cuéntame, hacía de malo; aunque ese también le gustaba, pero un poco menos.
Pero nunca tuvo oportunidad de explicarse. Cuando quiso darse cuenta, habían pasado dos meses desde que roncara arrullado por Angelina y no le había llamado nadie. Él la verdad es que tampoco llamó a nadie, como le echaron en cara cuando se encontró con Germán cuando iba a recoger a la tintorería la chupa del invierno pasado .
No supo que decir, y decidió quedarse callado.
Luego pensó que les podía haber explicado que sus padres habían muerto, y que debía ganarse la vida. Que tenía que acabar de pagar la hipoteca del piso de sus padres, y debía comer todos los días, y que no quería que su hermano se criara en un hogar de acogida y para eso debía trabajar y demostrar a todos que podía con todo. Y pensó en explicarles que le gustaba más el pecho del Dicaprio, que el de Angelina, aunque esto último lo descartó, porque en realidad, eso si que no les importaba una mierda. Porque en realidad se dio cuenta que, nada de sus cosas les importaba una mierda. Solo les importaba la teta de Angelina, el culo de la camarera del “Estornudo”, un bar que había cerca de la Universidad, y el precio del whisky, para el botellón.
Así que, a causa de un ronquido, arrullado por Angelina, se quedó más solo que la una.
Se volcó en su hermano, que pensó que le querría mucho, mucho, mucho, y que eso compensaría todos los sinsabores de su soledad. Pero pronto se dio cuenta que su hermano en realidad, empezaba a odiarle, y no paraba de demostrarle lo mucho que lo despreciaba, y lo mal que hacía las cosas.
Darío callaba, trabajaba, y cuando no podía más, lloraba. Solo.
Se hubiera consolado si, se hubiera atrevido a decir a la chica que se sentaba en la mesa de la ventana a hacer que estudiaba econometría, que le gustaba su amigo, y que hacía mucho que no venía por allí, y que le gustaría verlo, o hablar con él… porque todavía no había conocido varón, y ya iba necesitando una mano que le acariciara, una lengua que le probara, y unos labios, y una lengua, y un todo que le besara. Pero no había coincidido que la chica esa viniera justo cuando él había reunido fuerzas para preguntarle.
Así que se debía conformar con poner su imaginación a funcionar, concentrarse, cerrar los ojos, e imaginarse que su mano recorriendo su miembro, no era su mano, si no la boca de Leo. Y que de vez en cuando paraba, y clavaba esa mirada llena de vigor que tenía Leo en sus películas. Y que esa mirada le decía sin palabras, que era el hombre en la vida de Leo Dicaprio, y que le iba a llevar con él a Los Ángeles… y luego bajaba otra vez y seguía con los que estaba haciendo, que era sustituir a la propia mano de Darío, en el arte de recorrer de arriba a abajo su miembro, un poco con suavidad, un poco más rápido, hasta que un gustirrinín que empezaba entre sus piernas, al fondo, y que luego explotaba en su miembro, más concretamente en su cabeza. Y que le dejaba exhausto, y a la vez decepcionado, sobre todo al abrir los ojos y darse cuenta de que era su mano la que apretaba su miembro, para aprovechar hasta el último estertor de ese gustirrinín.
Entró al señora de la foto en la cartera. Fue a sentarse en su mesa de siempre. Miguel, el dueño le acercó el café con leche, para que le diera vueltas y vueltas como todas las mañanas, mientras se sumía en su melancolía, y acababa sacando la foto de su cartera, y una lágrima, eso sí, distinta todos los días, salía por su ojo izquierdo.
La señora levantó un momento su mirada de la taza, y la clavó en el chico del fondo. Sabía que era el hermano del camarero, al que le dio esa tarta el otro día, que era la que hacía todos los días pensando que quizás su hija viniera y comiera un pedazo. Le miró y vio a su hijo, cuando le gritaba socorro, y ella, ocupada en hacer relaciones sociales, y vivir su vida, no hizo caso de su instinto, porque una madre se daba cuenta de cosas, aunque no encontrara el momento de preguntarle y ocuparse de él. Bebió sorbo a sorbo su café, cosa que sorprendió a Miguel, el dueño de la cafetería, que pensó que a lo mejor la mujer estaba enferma o algo, porque no era lo que hacía todos los días.
La señora se levantó de la silla, y se fue a la mesa del hermano de Darío. Éste levantó la mirada del Marca, al que ya había dado tres vueltas, aunque le importaba una mierda lo que ponía. Mostró el mismo fastidio que mostraba hacia todo el mundo, salvo con sus amigos del alma, que eran sus colegas y su verdadera familia, porque le cuidaban y le daban el polvo blanco que le hacía sentirse guay durante todo el día. Pero a la señora le dio la misma importancia a esa mirada que a que ganara el Conquense en su partido de liga.
– Necesito tu ayuda. ¡Vamos!
Y alargó su mano.
El hermano de Darío, no supo que hacer. Parecía muy machito, sobre todo con su hermano, y con sus conocidos, pero en realidad era un mierdecilla que tapaba sus inseguridades con mala hostia. Así que alargó su mano, y siguió a la señora.
Miguel y Darío miraron con la boca abierta, como un cordero con piel de lobo, se transmutaba en un cordero con piel de cordero, que seguía con cara de bobo a la señora de la foto en la cartera.
Entraron en ese momento el señor hosco del café en sus pantalones con su hijo mayor. Se sentaron en una mesa, y fue a atenderles Darío.
Un café con leche y una coca-cola, pidieron.
Y os podría contar lo que pasó, y sobre todo lo que no pasó, pero eso será otro día.
¿Qué día preguntareis?
Cualquier día.
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La vida es impredecible, sinuosa (1)
La vida es impredecible, sinuosa (2)