Es jodido estar enfermo… sí.
Estos días he estado malito. Perdonad que no haya contestado a los comentarios ni me haya pasado a leer todas las cosas interesantes que seguro habréis escrito. Pero… ni mi cabeza ni el tiempo me lo han permitido. Tranquilos, que no ha sido nada grave. Un virus de esos del estómago que te da puñetazos y te tumban en cualquier esquina. (Ah… ¿Qué no estabais preocupados? ¿Qué no os habíais dado cuenta? Pues vaya desilusión…)
Llevo hoy todo el día pensando en cual de todos los temas que, estos días me han rondado la cabeza, tratar hoy. Podría hablar de “la vida vs. muerte”. Podría hablar de ilusiones, una vez más. Podría hablar de los médicos, del cáncer. Podría hablar de la familia… qué bonito tema. Y recordadme estos días que trate estas cuestiones sin falta. Pero hoy voy a hablar de “lo que queremos oír”.
Es un tema muy bloguero, además. Sip. Os lo explico.
Uno de estos días en que la enfermedad me dejaba medio grogui, alguien opinó sobre lo que debía hacer. Y me sentó a cuerno. Era un tema relacionado con la enfermedad de mi padre. Me sorprendí hasta yo de lo mal que me había sentado.
Me hizo recapacitar esta reacción mía.
Recapacitemos…
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¿Os habéis fijado en los blogs? Bueno, mejor dicho en sus autores, nosotros.
Escribimos cosas, o colgamos fotos o canciones. Esperamos que haya gente que lo lea y nos ayude, nos aconseje, o nos diga que opinión tienen de lo expuesto. A veces pedimos opinión directamente. Otras nos la dan sin pedirla, para eso tenemos los comentarios activados. Todos presumimos de ser abiertos, y de querer sinceridad en la opinión.
Y nos comentan.
Y lo hacen con sinceridad.
Incluso a veces alguno, con sinceridad nos dice que nos hemos equivocado, o que somos unos cabrones, por hacer las cosas como las hicimos.
Y nuestra reacción normalmente, ante tal sinceridad es… ¿agradecerla? ¿estudiar la crítica? NO… muchas veces es la respuesta airada, el decir al crítico “que aprenda a leer”… y a veces hasta llamar a los demás lectores a que apaleen al que ha osado criticarnos.
¿No pedíamos sinceridad? Claro… pero se nos olvidó definir qué entendemos por tal.
Todos somos creo dados al halago. De hecho necesitamos una pequeña dosis. O alta. La verdad es que es difícil encontrar ese reconocimiento ahí fuera. Todos estamos muy ocupados, y todos nos fijamos en lo malo, que es lo que solemos destacar. Los padres reprenden a los hijos cuando hacen algo malo, pero se les olvida reconocer los éxitos. Los jefes encuentran fallos, pero los aciertos es solo “cumplir con la obligación”. Se nos olvida dar las gracias si nos ceden el paso, pero si no lo hacen decimos más o menos bajo, un reconocible “Hijo de puta”.
Pero llegamos a los blogs.
Y el juego de los blogs se trata en general de:
“Te leo y me lees”.
“Te comento y me comentas”.
(Es un juego tan palpable que los que no tienen blog y pasan por nuestros sitios, no se atreven a abrir la boca. Parece un club privado.)
Nos enlazamos.
Todos más o menos tenemos nuestros incondicionales que nos tiramos un pedo, y dirán que hemos compuesto algo superior en belleza y delicadeza al adagio de Albinoni.
Escribiremos un post con la palabra “mierda” en grande, solo ella, y nuestros seguidores nos dirán que tenemos una retórica, y un dominio de la lengua española casi igualita a Pío Baroja, a Galdós o a Lope de Vega. O a Góngora.
No nos gusta escuchar que nos equivocamos. O que la gente opina distinto a nosotros. O que no hemos acertado al tomar alguna decisión.
De todas formas hay otra faceta en este punto, y es que en general, tampoco sabemos exponer nuestras posturas con mesura y delicadeza. Que son nuestras posturas, no son dogmas de fe. Estamos poseídos de la radicalidad. Todo es blanco o negro. Si somos de derechas, somos de derechas. Si somos de izquierdas, somos de izquierdas.
No es lo mismo decir:
“Pues creo que a lo mejor, cuando dejaste de lado a tu amigo, no estuviste acertado”
Que decir:
“Eres un hijo de puta por mandar a tomar por culo a Ramiro”.
Cada vez pienso más en que en esta llamada sociedad de la información, de la comunicación, cada vez tenemos más problemas para dialogar, para mantener un cambio de opiniones con otras personas. Sobre todo si divergen de las nuestras. No sabemos escuchar… la comunicación es en un sentido: hacia afuera. Muchos además se creen que porque escriban o digan algo en voz alta, ya va a ser verdad. Y si la repiten 3 veces, pasa a ser un nuevo artículo del código civil. En fin.
Me dejó preocupado ser consciente de que me sentaba a cuerno que me dijeran o me dieran un consejo que me llevaba la contraria. Yo aunque deseche en un principio las ideas que me dan, o las opiniones, luego siempre las doy un repaso con calma. Es el problema de tener una cabeza que no se relaja ni escuchando música. Pero ese día… mi reacción me… preocupó. Me costó de hecho, un par de Gelocatiles.
Le echaré la culpa al stress.
Que coño, si estaba enfermo… pues a eso le echaré la culpa.
¡¡Claro!!
Y ahora opinad, por favor. Con sinceridad.
Defino sinceridad:
“Dadme la razón, si no queréis verme cabreado de verdad. ¡¡Hostias!! Que ya estoy mejor, pero da igual”.
Hummmmmmmmmmmmmmm