Justin tuvo suerte. y Epílogo 2.

 – Todo fue una locura. Estaban muy nerviosos, ya te digo. Nos fuimos todos al campo, a una finca en medio de la nada. Ya no formamos familias nuevas ni nada de eso. Pero el marcaje al que nos sometían a los “chicos malos” era mucho mayor. Más castigos, llenos de rabia e impotencia. Más inspecciones corporales en busca de quebrantamientos de las normas. Teníamos prohibido cualquier roce con nadie y cualquier tocamiento propio, como lo llamaban. A un chico lo pillaron, ya sabes – hizo un gesto característico con la mano – y lo llevaron al campo y lo abandonaron en medio del bosque. “Para fortalecer su espíritu definitivamente”, decían los sabios llenos de rabia. No sé lo que le pasó, la verdad. Esa noche hizo mucho frío y no llevaba mucha ropa puesta. Y no era muy espabilado. No lo volví a ver.

Yo no pensaba en masturbarme ni en hacer cosas con ningún chico o chica. Yo solo soñaba contigo. Con jugar al tenis y con saber qué libro me ibas a decir de leer la próxima vez. Sabes, tuve suerte y encontré en la casa, en el desván, libros. Entre ellos, “Los tres mosqueteros”. No me llevé el que me diste, lo dejé en una de las montañas de libros que tenías en el cuarto de estar. O en el salón, no me acuerdo. Si me lo hubiera llevado, la lección hubiera sido de campeonato. Teníamos prohibido leer. Super prohibidísimo. Eran 30 azotes como mínimo, además de la ración acostumbrada. Pero allí, en esa casa, leí “Los tres mosqueteros”. Como me gustó. Esa camaradería entre ellos cuatro. Ese “Todos para uno, y uno para todos”. Como me hubiera gustado sentirme así alguna vez… no, miento, porque me sentí así de bien cuando me llevaste la primera vez a un partido. Y luego cuando me recogiste. Y luego, cuando al volver, en el coche, bromeaste cuando me pillaste dormido. Pero sabes, yo no duermo del todo. Siempre estoy vigilante. Siempre escuchando por dónde iban mis padres y si me tocaría esa noche mi lección de fortaleza, como alguno la llamaba. “Hoy veinte golpes con la zapatilla en el estómago”. “Recuerda que debes permanecer vestido delante de todos. Nadie puede ver tu cuerpo ni las marcas de tus pecados, nos avergonzarías a todos”. Y mis compañeros del equipo llamándome guarro por no ducharme. Y en los colegios que estuve, lo mismo. ¿Sabes lo que es eso? Da igual, eso era uno de los menores de mis problemas.

Miraba suplicando a Peter. Éste no sabía como interpretarlo. No sabía que hacer. Nunca supo si fueron imaginaciones suyas o lo vio de verdad, pero Edu, desde la barra, le hizo un gesto imperioso para que se acercara al chico y le cogiera de la mano. Y no lo dudó: se cambió de silla y lo abrazó contra él. Fue a darle un beso en la coronilla, pero se acordó de sus sobrinos y de lo que odiaban esos besos. Así que suavemente levantó la cara de Justin y lo besó en la frente.

– Ya pasó todo, Jus. Estás conmigo. Todo irá bien.

– Joder, hubiera dado mi vida por oír eso aquellos días. Joder, te lo juro, lo soñaba. No estábamos aquí, estábamos en el vestuario, después de un partido. Y todo había salido mal, y se me había roto la ropa y la peña me había visto el cuerpo. Todo lleno de marcas y heridas. Y de mi vergüenza por ser un mal chico. Todos me miraban y me insultaban. “Eres un chico malo”. “Eres Satanás, el diablo”. “Lo lleva escrito en la piel, miradlo”. “Blandito, blandito, marica”. Y me escupían y me llamaban guarro. Y me tiraban cáscaras de naranjas y de plátanos.

Todo el mundo decía que era malo. Salvo mi abuela. Era la única que me dijo que era buena gente. “Cosas de abuelas”, me dijeron con desprecio, una vez que lo oyeron mis padres de entonces. Pues yo soñaba con que entrabas en los vestuarios y desnudo, mojado y sucio, te daba igual, tú vestido de traje, con corbata y todo, elegante, limpio, oliendo a perfume y te acercabas a mí y me abrazabas, así como lo has hecho ahora. Y te lo juro, me decías: “Todo va a ir bien”. No me atreví a soñar que me dabas un beso. Pero es guay.

Y esa noche, la de mi cumpleaños que nadie recordó, me decidí. quería celebrarlo contigo. Quería que me dijeras que todo iba a salir bien. Que … joder, pero pensé que no ibas a querer nada de mí, que no ibas a cargar con un chico lleno de problemas y que era malo, porque todos decían que era malo. Joder. Es que no vi besarse a nadie en todos los años de mi vida. En la Asociación. Nadie. Y si íbamos por la calle y veían a una pareja besarse, enseguida nos hacían apartar la mirada y decían que esos se condenarían al infierno. Y no te quiero decir lo que pasó una vez que vimos a dos chicos besarse en la boca. Al llegar a casa, me dieron una dura lección. En todo el cuerpo. Como decían que yo era de esos…

– No hace falta que sigas, Justin – el relato estaba angustiando a Peter de una forma que nunca había pensado que lo haría.

– Quiero seguir, Peter. Tienes que saber. Me has salvado la vida, me has querido como nadie. Te quiero, joder. Y quiero que me escuches. Quiero que sepas… lo necesito – suplicaba con la voz y con la mirada.

– Vale, está bien. Te escucho lo que quieras.

Lo apretó contra su cuerpo y le acarició suavemente el hombro. Estuvieron así un rato. El local estaba lleno pero curiosamente, las dos mesas más cercanas a ellos estaban libres. Peter se dio cuenta de que Diego el encargado, había puesto unos cartelitos de reservado. Sin pedirlo, también les acercó otro par de cervezas y les retiró las que tenían mediadas y que estaban ya calientes.

– Una noche me decidí y huí. Me daba igual lo que me pasara. Me daba igual que me rechazaras. No aguantaba más. Si no te hubiera conocido… si no me hubieras tratado bien, pero después de conocer eso… no podía olvidarlo. Necesitaba. Te necesitaba. Salí por la noche y me fui campo a través. Pensé que tendría unas horas antes de que me descubrieran, pero lo hicieron enseguida. Debían tener sensores o cámaras o alguno se chivó. Alguno de los otros chicos me tenían manía. No sé por qué, porque no era nada especial. A lo mejor porque parecían “enseñarme con especial dedicación”. O porque los sabios hablaban a menudo de mí y de ti. Una vez incluso dijeron algo de darte un escarmiento. Pero parece que la idea no prosperó.

Peter sintió un escalofrío al comprobar que las especulaciones de Javier el policía eran ciertas. “Valoraron el darte una paliza”, le dijo un día en comisaría.

– El caso es que enseguida supe que me seguían. Con perros y todo. ¡Que fuerte! Como si fuera una cacería. Pero tuve suerte: llegué a una carretera y logré subirme a un camión que estaba aparcado. El conductor estaba haciendo sus cosas al lado de un árbol. Así que no tardó en ponerse en marcha. Y así logré llegar aquí.

Pero joder, no me esperaba que al lado de tu casa, estarían esperándome. Los vi de casualidad. Iba preocupado porque ahora sí que iba sucio y olía mal. Me aterraba encontrarme contigo y en ese estado. “Así si que no me querrá en la vida”. “Con problemas, cobarde y sucio”. “Y un mal chico, todos lo decían”. Los vi y me vieron. Empecé a correr y escondiéndome en los centros comerciales. Y corría por la calle y parecía que los despistaba, pero al cabo de un rato, los volvía a encontrar. Eran un montón. No parecían dispuestos a dejarme liberarme. Ya no tenían contactos en la policía porque Javier los había descubierto a todos. Incluso a algún juez que era de las ideas de ellos. No podían arriesgarse. Llegué a casa de nuevo, a tu casa, pensando que había pasado lo peor. Pero no, ahí estaban de nuevo. Pero pasó algo: la policía salió de todas partes y fue una locura. Fue algo increíble. Pero me entró miedo de que me detuvieran. Yo quería llegar a ti y tú sabrías que hacer. no… no podía dejar que me detuvieran, porque era un chico malo. Y la policía estaba para detener a los chicos malos. Asi que volví a correr. Ya no podía hacerlo con fuerza, estaba agotado. Y sabes, de repente apareció un coche de la nada. Si hubiera estado descansado, lo hubiera esquivado. El cuerpo no me respondía como yo quería, y lo vi acercarse a toda velocidad. Miré al conductor, te lo juro, y era uno que fue mi padre cuando tenía 12 o 13. Ese parecía odiarme especialmente. Se lo vi en la cara cuando me atropelló. Salté por los aires. Javier dice que di un salto, pequeño, pero suficiente para que el coche no impactara de forma que me hubiera matado irremediablemente. A lo mejor tuve suerte o a lo mejor el destino, o a lo mejor hay un Dios que decidió salvarme.

– Ya está, ya está, Justin. Ya está. Cumpliste tu misión. Estás conmigo, con Nuño, con Rodri, con todos nosotros. No te va a pasar nada malo. A partir de ahora todo serán cosas buenas.

– Ayer vi a uno de ellos. Nos siguió cuando fuimos a la tienda de Rodri y Nuño.

Lo dijo en un susurro.

Peter suspiró resignado. Era lo que quería evitar. Era a lo que tenía tanto miedo. A las peleas, al peligro. Una de las cosas a las que tenía pavor y por lo que dudó con Justin. Pero ahora era distinto. Entonces Justin no dejaba de ser un chico cualquiera, un vecino con problemas. Ahora era parte de él. Lo quería. Y no dudaría en enfrentarse a cualquier peligro por él. Hacía unos meses, hubiera metido la cabeza debajo de la almohada y hubiera dejado que pasara el tiempo, a ver si escampaba.

Ahora, tras un aviso muy serio que le dio hacía unas semanas el comisario de la criminal, era el primero que estaba alerta. Llevaba una especie de botón del pánico. Antes que lo viera Justin, lo había detectado él mismo. Y pulsó el botón inmediatamente. El hombre que vio en el coche, era uno de los que salían en las fotos que le habían enseñado en comisaría tantas veces.

– Ya está solucionado, Justin. Yo lo vi también y llamé a la policía.

– No me dijiste nada.

– No… no quiero que te preocupes, que vivas con miedo. Ya has peleado por tanto… deja que nos preocupemos un poco por ti.

– Pero no quiero que te pase nada… no quiero ser una carga.

– Y nada me va a pasar. Salvo que ganaré el campeonato de tenis que vamos a organizar tú y yo.

Justin arrugó el entrecejo.

– No te pongas en plan digno, que no te pega.

– No soy un niño – se quejó un poco enfadado.

– Claro que sí, eres mi niño. Y vamos a jugar un campeonato de tenis.

– Peter, no me trates…

El aludido cogió su cara con las manos y le plantó un nuevo beso en la frente.

– Vamos a jugar un campeonato de tenis: tú y yo.

Justin ya no se atrevió a decir nada. Pero su cara era una mezcla de enfado y aturdimiento. De alegría y sorpresa.

– Jugaremos los sábados y domingos durante un mes. Y quien gane de esa ronda de 8 partidos, decidirá el lugar de vacaciones de la familia.

– ¿Vamos a ir de vacaciones?

– Pobres, pero sí. No pidas ir a Punta Cana.

– Nunca he ido de vacaciones.

– Es una de las cosas buenas que te van a pasar a partir de ahora.

– Vale. Acepto el campeonato. Pero si gano yo, dejas de fumar del todo.

– Ya lo he dejado – Peter era ahora el que se había puesto digno.

– El otro día te pillé fumado en la calle. Ibas con Carmen.

– Fue un pitillo. Pero te juro…

– Del todo.

– Vale. Del todo. Hasta entonces, fumaré un cigarrillo de vez en cuando.

– Mejor para mí, así te ganaré con más facilidad.

– Soy bueno al tenis.

– Estás gordo.

– He adelgazado.

– 5 gramos.

– ¡¡4 kilos!!

Justin elevó la mirada al cielo pidiendo clemencia para el mentiroso. “Si es bueno en el fondo”.

– Si me da igual ir a cualquier sitio de vacaciones. Para mi, sabes, ya estoy de vacaciones. Tú eres mis vacaciones.

Esta vez fueron los ojos de Peter los que se llenaron de lágrimas. Y su ánimo el que se llenó de compunción y emoción.

– Vamos a acercar estas mesas. Menos mal que las he reservado – Eduardo se había acercado a ellos. – Mirad a quienes he encontrado por casualidad que venían a tomar una merendola de las nuestras.

– Hola, hola – Rodrigo, Nuño, Julián y Pere venían detrás del dueño del “Tómate otra”.

– Le hemos dicho a Edu que se una a la fiesta familiar – explicó Rodrigo a su tío.

– Y no me puedo negar. Diego se va a sentar también, que ya le toca salir de trabajar.

– Aquí estoy.

– Que guapo te has puesto.

– Voy a ver si luego Eduardo me lleva por ahí a bailar.

– No me gusta bailar.

– Pues a tomar una copa.

– ¿Vamos a tomar una copa?

– Claro. Y espero que Peter y Justin nos acompañen.

– Yo quiero ir también – dijo Julián con voz de “por favor, por favor”.

– Cuando te recuperes del todo – le prometió Nuño.

– Jo.

– Y yo – se apuntó Pere.

– Tú si que tienes que crecer un poco más. Si eres un renacuajo.

– Oye, que tengo ya trece años.

– Vale, vale. Pero hasta los 16, nada de nada.

Fueron llegando viandas y bebidas. Las lágrimas de Peter se secaron y la congoja de Justin fue desapareciendo por completo. Llegado un momento, Justin se apoyó en el pecho de Peter y cerró los ojos. Todos se dieron cuenta, pero no dijeron nada, siguieron con la reunión como si nada. En un momento, Peter se agachó y susurró al oído de Justin:

– No me escuchas, te has quedado dormido.

Pero Justin no respondió. Ni siquiera movió un músculo. Efectivamente, se había quedado dormido. A lo mejor, era la primera vez que dormía de verdad en su vida.

Peter sonrió triunfante. Sus sobrinos comprendieron y también se animaron. Julián lo entendió, pero aunque se alegró, tuvo envidia: “¿Cuándo me pasará a mí?”.

Había un grupo de personas hoy, en el “Tómate otra, Sam”, que estaban felices y contentas. Estaban sentados en las mesas del fondo. Algunos de ellos lo habían pasado mal. Eduardo perdió a su marido asesinado delante de él. Diego y él perdieron también a un buen amigo. Justin, Julián y Pere, perdieron su dignidad, la alegría de ser niños. Se perdieron las caricias y el cariño. Se perdieron a la gente cariñosa que les tocaba por ley.

Pero ahora, parece que es uno de esos momentos que todo lo malo pasa a segundo plano y la alegría toma su lugar. Sin esos momentos felices, no podríamos seguir soportando la dureza con la que a veces, nos golpea la vida.

Justin tuvo suerte. Epílogo 1.

 – Es difícil de explicar, Peter.

Estaban sentados en una mesa apartada en el “Tómate otra”. Era la mesa de las confidencias, como la llamaba Eduardo, el dueño de la cafetería.

– Lo decían mis padres. Lo decían los amigos de mis padres. Todos los adultos de la Asociación eran mis padres. Así estaba establecido. Todos lo decían. Los sabios de la comunidad. Todos los chicos lo aceptábamos. Era lo normal. Había que endurecer el espíritu y el cuerpo.

Peter bebió un sorbo de su cerveza. No se atrevía a mirar directamente a Justin. Éste lo conocía lo suficiente para interpretar sus miradas, sus gestos. Y no quería por nada del mundo que algo que pudiera traslucir sus ojos, pudiera detener el surtidor de sentimientos que parecía dispuesto a poner en funcionamiento. Pere tenía la culpa, el último chico que había aparecido en casa de la mano de Juan.

– Ese chico es de la misma Asociación que yo. Bueno, que era yo. O mis padres. En realidad no eran mis padres. No se quienes eran. A todos nos criaban en común. Íbamos cambiando de padres. ¿Sabes? ¿Lo entiendes?

Peter se quedó parado en la calle. Iban a hacer la compra al supermercado. Surgió así, de repente. Justin lo soltó sin previo aviso, sin que nada de lo que iban comentando despreocupadamente diera pie a ello.

– Justin no es mi nombre siquiera.

– Ya lo sé, Jus. Ya lo sé. Pero me acostumbré a él. ¿Quieres que te llame Saúl?

– No, no. No. Justin está bien. Me gustaría cambiarme el nombre. Como Justin te encontré a ti. – estaban parados en la calle, Justin estaba concentrado en lo que quería expresar; Peter lo miraba esperando. – Mi abuela… sabes, no debía ser mi abuela tampoco. O sí, no lo sé. Era la única con la que me dejaban estar que… que no era de la Asociación.

Peter quiso decirle que según Javier, el policía, tampoco era nada de él. Nada carnal. Pero se calló. Quizás era mejor que siguiera pensando que algo en su vida había sido real. El cariño debió ser real.

– El nombre de Justin no le gustaba nada a ella. Pero tuvo que tragar. Me llamaba Jus, con “j” castellana. “Me gusta Justino”, me decía. A mí no me gustaba nada, pero si a ella le gustaba, pues me amoldaría. Antes de Justin fui Luis. Y antes Patricio. Y antes Borja. Y después de salir corriendo cuando te fuiste de viaje, Ricardo.

Seguían parados en medio de la acera. Peter levantó la vista y vio el “Tómate otra”. Sin pensarlo lo cogió del brazo y lo guió suavemente hacia allí. Le pidió su cerveza con limón y él se pidió su “cerveza bien fría, por favor”.

– La razón del cambio de padres era para que no se ablandaran. Debían cumplir su cometido a rajatabla. Yo era un chico dudoso, así que debían redoblar mis castigos para que mejorara mi forma de ser. Era muy “blandito”, según ellos. Una vez le oí a Rosa, una que fue mi madre durante un año, que “ese chico es marica, te lo digo yo; debemos ser duros con él para que se corrija”. Yo no sabía lo que era marica. Yo solo sabía que, al menos tres días a la semana, me debía desnudar por completo y uno de ellos, me daba con fustas o con látigos. O con la mano. Me revisaban el cuerpo con minuciosidad. Cada cierto tiempo, esa revisión la hacían en la asociación. Todos los chicos estábamos desnudos en el centro de la sala de reuniones e íbamos pasando para que el consejo de sabios nos revisara. Alguna vez a alguno de mis compañeros los metían en una sala y al cabo de un tiempo, empezaban a oírse gritos ahogados. Eran unos gritos distintos a los de los castigos… alguna vez pensé que eran de placer, pero lo descarté. Prefiero no pensar lo que pasaba allí. Esos chicos nunca hablaban de ello. Y teníamos prohibido hablar con ellos. Esos pasaban a tener otro estatus dentro de la Asociación.

– En realidad, sabes, no podíamos hablar con nadie. Teníamos que centrarnos en la Asociación y en la familia. Y ahí de hablar, poco o nada, tampoco. De todas formas, no teníamos nada que decirnos. No sabías en quien podías confiar. No sabes lo que es capaz la gente por librarse de una tanda de “aprendizaje y endurecimiento del espíritu”.

Justin se calló un momento, bebió un gran trago de su cerveza y perdió su mirada en la nada. Sus ojos estaban empañados. Peter que había hecho propósito de no preguntar, no pudo evitarlo.

– ¿Y por qué te acercaste a mí? Eso te dio problemas, estoy seguro. Conmigo hablabas.

– Es cierto. Los castigos se redoblaron. Creían que nos acostábamos. Aunque por mucho que me miraron el culo, la boca y el pene, no encontraron nada sospechoso.

– ¿Acostarnos? ¿Solo se les ocurrió esa posibilidad? ¿Y si me hubieras contado todo?

– Era tan difícil que alguno hubiéramos hablado… lo teníamos tan inculcado… lo que pasaba en la Asociación era de la Asociación. Y siempre se procuraban espías, chicos que no conocíamos y que hacían de chivatos, como ese chico que te habló cuando volviste del viaje.

– Luego pensando me di cuenta de que algunas cosas que me contó no tenían mucha lógica ni cuadraban con otras que sabía por Hugo, el entrenador. -explicó Peter. – Pero qué iba a imaginar yo todo esto. Ahora sé por qué.

– El caso es que el día que fuimos a cenar, dio la casualidad de que una pareja de la Asociación estaba allí. No los vi, si no te hubiera dicho de irnos. Pero lo importante era que la policía estaba fuera, vigilando y sacando fotos. Y alguien les alertó. Cuando llegué a casa, vi en el buzón un sobre rojo. Esa era la señal de alarma inmediata. Por eso te dejé a todo correr y subí a casa corriendo. Recuerdas que te quedaste tan bloqueado por mi forma de comportarme que te fuiste a dar una vuelta para hacer tiempo. Te vi llegar cuando nos íbamos en el coche. Estuve a punto de saltar del coche en marcha, pero… no me atreví. Verte entrar en el portal preocupado, y saber que nunca te volvería a ver… me aterraba. Eras la primera persona que me había ayudado, que me había dado su cariño porque sí. Sin nada a cambio. Sin que fuera por obligación. ¿Sabes desde cuando no me tocaba nadie? ¿Sabes esa vez que me apoyé en tu hombro, el día que fuimos todos a comer pizza? Solo ese gesto de apoyarme en tu hombro… fue algo maravilloso para mí. Estuve casi toda la semana pensando en cómo hacerlo. Había soñado con ello. Lo necesitaba. Necesitaba sentir el tacto de alguien, apoyarme en alguien, que alguien me rozara con un dedo, siquiera con un dedo, con el meñique, algo casi imperceptible. Y estuve planeando casi dos meses darte un beso en la mejilla. Te conocía lo suficiente para saber que eso te haría ponerte en guardia. El día que me viste las marcas en la espalda… te habías puesto nervioso porque me expresé mal y entendiste que quería decir que pensaba que querías acostarte conmigo. Me maldije en la ducha por mi incompetencia. Era tan difícil decir cosas sin que pareciera que las dijera. Tenía solo 16 años. Joder. Por eso al final te dejé ver mi espalda. Cuando salí del baño, no estaba seguro de haberlo conseguido. Pero al verte como te agarrabas a la librería, supe que lo habías visto. Y el verte como te dolía, te lo juro, me hizo sentirme bien. “Joder, a alguien le importo”, me dije.

La emoción se le desbordó unos segundos y tuvo que detener su relato.

– ¿Sabes lo bien que sienta eso? ¿Sabes el subidón que me dio?

Volvió a callarse.

– ¿Me das un pañuelo de papel para sonarme los mocos?

Peter se apresuró a sacar del bolsillo un paquete de pañuelos y los dejó encima de la mesa.

– Hubo otro día que me rozaste sin querer la mano. No te diste cuenta. Para ti era un gesto de tantos. Para mí fue algo extraordinario. Fue en el coche. Ibas a cambiar de marcha y yo a cambiar de canción. Joder, Peter, me diste la vida. Para ti no fue nada. Has querido a tus sobrinos, les has besado y tenías sus súper—abrazos. Dan vida esos abrazos. Lo que hubiera dado yo por uno de esos. Por uno tosco, como el que te di el día de la cena, en el portal.

Y nos fuimos. Y tuvimos que escondernos porque la policía debió descubrir a los topos de la asociación. El Javier ese es bueno. Cuando le pasaron el caso, unas semanas antes del accidente, todo el mundo se puso muy nervioso. Pero es que alguien metió la pata y se le fue la mano. Me lo contó Javi. Por cierto, conocí el otro día a Ghillermo, su marido. Es un chico estupendo. Las ha pasado putas también. Me contó algo y tal. Es un buen tío. ¿Los podemos invitar algún día a casa?

– Puedes invitar a quien quieras – Peter alargó la mano y se la puso en la mejilla. – Es tu casa.

Justin volvió a emocionarse. Retuvo la mano de Peter en su mejilla, apretando la cabeza contra el hombro.

Justin se secó los ojos con un pañuelo de tela que sacó del bolsillo de sus vaqueros. Peter aprovechó para hacer algo parecido, pero disimulando como si tuviera calor y estuviera secándose el sudor de la frente. Bebieron los dos y aprovecharon para pedir a Diego que les trajera otras cañas. Entró por la puerta en ese momento Edu, el dueño. Saludó a unos y a otros. Dio un beso en la mejilla a Diego y otro a Nuño, el otro camarero. Iba hacia la mesa de Peter y Justin, que era la mesa que solía utilizar, cuando se dio cuenta de que estaban ellos y reculó. Peter le hizo una seña para que se acercara.

– Me habéis quitado la mesa – les dijo en tono de broma.

– Oye, que nos cambiamos – le ofreció Peter con una sonrisa.

– No seas bobo, hombre. ¿No me presentas?

– Perdona. Edu, este es Justin.

– El famoso Justin. Pet me ha hablado mucho de ti. ¿Puedo darte un beso?

Justin no acertó a contestar, pero Eduardo se tomó la libertad de acercarse y darle un suave beso en la mejilla. Pet lo miraba sonriendo. “Edu tiene algo, como pilla todo sin que necesite que se lo expliquen”.

– Os dejo que habléis. Si os apetece, veníos todos el viernes por la noche, que hacemos una cena de amigos. Eso sí, me avisas.

– ¿Te apetece? – consultó Peter a Justin.

– Guay – contestó Justin un poco descolocado. “Si a Peter le apetece, guay”.

Edu se dio cuenta de que sobraba y se fue sin añadir nada más. Nuño acercó las bebidas que habían pedido a Diego y se alejó también. Se quedaron los dos en silencio. Peter esperando. Justin decidiendo si seguir o dejarlo.

Iván: otro protagonista de «Tómate otra», mi novela.

No le sentó muy bien a Iván que sus padres le obligaran a ir a ver a su tío con la excusa de invitarle a pasar las Navidades con ellos. Pero vio la cara de su madre cuando se lo propuso y supo que no tenía alternativa si no quería arriesgarse a una lluvia de improperios y de castigos. Cuando un mes y medio antes le tocó quedarse al cuidado de sus abuelos maternos el puente del Pilar, su negativa fue rotunda. Además, no le parecía justo con el tío Edu, al que no le habían ayudado nunca con los abuelos. Es más, estaba hasta prohibido llamarlo por si se descolgaba con alguna petición.

Pero después de la primera andanada de su madre:

– Nada de móvil ni ordenador, ni televisión. Y olvídate de ir con tus amigos a esa excursión a la nieve en el colegio.

Su negativa bajó de nivel. Pero como aún no parecía estar completamente convencido, su padre apostilló.

– Y ya puedes ir olvidándote del Cristian ese que no me gusta nada, nada.

No puso más objeciones a quedarse esa vez con los abuelos. Y ahora tampoco abrió la boca ante el encargo sobre su tío. Pero eso no quitaba para que el mandado le fastidiara sobremanera.

No le caía bien su tío. Nunca había venido a jugar con él, ni le había prestado la más mínima atención. Las pocas veces que lo veía, parecía siempre malhumorado. Era un hombre gris, gris oscuro, muy oscuro. Y parecía además que no tenía nada de que hablar, ni sentido del humor, ni nada. No le gustaban los niños, eso estaba claro. Y en contrapartida, a Iván, no le gustaba él. Por eso ahora, ir a decirle con cara de pánfilo “Tío, querido, mis papás me dice que te diga que estamos todos deseando que vengas las navidades con nosotros”, le causaba algún problema digestivo. ¿Debería insistir mucho y hacerle carantoñas? No, no, su madre no dijo que lo convenciera, solo que se lo propusiera. Además, tampoco a él le gustaba demasiado el ambiente en navidad en su casa. Sus tíos vendrían y empezarían a mirarlo mal, a meterse con su ropa, con sus gestos. Su tía Adelina empezaría a llamarle en femenino, y a reírse de él mientras lo miraba y hacía gestos con la muñeca. Y el abuelo Francisco, lo taladraría con sus ojos negros, como siempre hacía salvo las temporadas en que se quedaba a su cargo.

– Tengo 15 putos años ¿Por qué debo ocuparme yo de mis abuelos? Ricardo es mayor que yo, que se ocupe él. – pensó aquella vez. Y lo mismo pensó ahora, con su tío.

Pero su hermano Ricardo era un adalid de su equipo de fútbol y no podía encargarse de esas tareas y dejar de liderar a ese grupo de compañeros del balón, camino de la gloria del campeonato provincial de juveniles. Sus padres en secreto debían pensar que tenían un portento del balón que les iba a retirar a todos en cuanto alguno de esos ojeadores del Barcelona lo vieran y se lo llevaran a la Masía sin dudarlo. A sus primos no se les conocía especiales virtudes, pero eran chicos, chicos, como decía su padre. Y los chicos, chicos, no valían para eso. Y sus primas, eran mujeres y no tenía fuerza para manejar al abuelo y la abuela, que no es que estuvieran impedidos, pero que sí necesitaba ocasionalmente alguna ayuda respecto a su movilidad.

¿Quién hay más por ahí? ¿A quién le toca la china? ¿Quién no puede justificar ser imprescindible para nada ni para nadie, salvo quizás para Antonio, otro de sus amigos, pero ese ya tenía prohibida la entrada en su casa. “Uno de esos”, así lo llamaba su padre. Antonio estaba enamorado perdidamente de Iván. Aunque Iván… miraba más en dirección a Cristian.

– Tío que quería hablar contigo. Hace la leche que no quedamos. – intentó tragar saliva, pero tenía la boca seca, seca.

– Ya te mandé el dinero por tu cumple – le contestó su tío Eduardo con precaución, haciendo cábalas sobre las intenciones de su sobrino.

– Y eso quería, agradecértelo y tal. Y que me invites a un chocolate. – se le ocurrió en el último momento.

Al final su tío Eduardo aceptó, aunque no de muy buena gana. De todas formas, Iván tampoco le podía poner mucho reparo a esa apatía, porque él nunca había prodigado su atención a su tío. Ni ganas.

“Tío, quiero invitarte a las Navidades en casa. Vendrán todos. Va a ser una mierda, pero si vienes, así toca menos mierda a cada uno.”

No, si le decía eso, no lo convencería.

“Tío, mis papás, tu hermano y tu cuñada, están deseooooooooooooooosos de que vayas a pasar con todos nosotros las Navidades. Y mi hermano Ricardo también. Y mi hermana Asun. Y el perro Turco.”

Tampoco le convencía mucho esa forma de abordar el tema.

Siguió probando distintos caminos. Cuando llegó al “Tómate otra Sam”, el bar de su tío, dudó a la hora de entrar. Se sentó en un banco cerca de la puerta. Quiso darse la vuelta, les diría cualquier escusa a sus padres, no se iban a atrever a llamar al tío, pero de repente se acercó Diego, uno de los empleados de su tío Eduardo, lo reconoció y no pudo recular.

Su tío estaba sentado en una mesa al fondo, con el ordenador. Escribía con decisión. Levantó la cabeza y lo sonrió.

– Espera un segundo, sobrino. ¡Qué guapo estás!

Iván abrió mucho los ojos, sorprendido por el halago. No era la forma de comportarse que recordaba en el tío Eduardo.

– Ya está.

Cerró la tapa del portátil y se levantó. Eduardo dio los dos pasos que lo separaban de su sobrino. Éste le tendió la mano, pero Eduardo obvió el gesto para darle dos besos y un abrazo. Iván no supo corresponderle. Parecía un muñeco de trapo en brazos de su tío.

Pero le gustó, cosa que le sorprendió. Hacía tiempo que nadie le abrazaba ni le daba un beso.

Hablaron un rato de sus vidas y tal. Diego les trajo dos chocolates con unos bizcochos buenísimos. Llegó un momento en que Edu se quedó mirando a su sobrino esperando.

– ¿Y bien? – lo animó.

– Es que… mispadresdicenquesivienesacasapornavidad. – lo soltó de un tirón.

Miró a su tío, que como única reacción levantó las cejas sin quitar la vista de su sobrino.

– Pero… ¿a tí te gustaría que fuera? ¿te gusta pasar las Navidades…? – se calló al ver el gesto que se le escapó a su sobrino.

– Mira, Álvaro, este es mi sobrino.

Un camarero se había acercado para consultarle algo.

– Hola, sobrino de Edu – y sonrió de esa forma que él sabía hacerlo. Iván le tendió la mano rápido, para intentar evitar lo de los besos, pero le dio igual porque Álvaro se los dio igual.

– Y este es Nuño – dijo llamando la atención de otro de los camareros.

– Hola, sobrino de Edu.

– Iván, se llama Iván, no seáis así. Un fallo lo tiene cualquiera.

– Sí…

El joven quería decir algo, pero no supo. De repente se sentía a gusto con un grupo de gente, que no lo miraba raro ni juzgaba cada movimiento. Y su tío lo miraba sonriendo, a gusto. No recordaba eso en su tío.

– Vamos a hacer una cosa, sobrino Iván. Voy a llamar a mi hermano, tu padre, y le digo que te quedas conmigo las Navidades. Todas. Tengo habitaciones de sobra. Lo pasaremos bien y no aguantaremos a la familia.

– Pero no me van a dejar… – murmuró el chico, pensando en que alguien se debería ocupar de sus abuelos esas noches en que sus padres se iban con los amigos de cena.

– Vamos a probar.

Y probó.

Y dijeron que sí.

Y unos días después, hicieron el traslado de sus cosas a casa del tío.

Y disfrutaron de las Navidades. Sus amigos iban a casa a menudo, y se fue al cine con su tío y Diego, y con Álvaro y los demás. Fueron a ver alguna obra de teatro y de paseo. Y el día de Nochebuena, hicieron una fiesta en la cafetería y luego cenaron todos juntos.

Fue guay. Porque además, Iván hizo un descubrimiento sobre su tío que lo dejó patidifuso. Y muy contento.

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Ismael responde: otra carta de amor.

Carlos escribe la primera carta de amor. Pincha y lee.

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Hola Carlos.

Acabo de recibir tu carta. Me he emocionado al leerla. Ahora debo contestarla para seguir nuestra apuesta de San Valentín. Me cuesta esto de escribir, ya lo sabes. Por eso lo has hecho, claro. Me cuesta esto de hablar de sentimientos. Soy más de hacer, de ir a verte mientras estás de guardia o de esperarte despierto y dormir contigo, como cuentas. Te cojo de la mano cuando vamos por la calle, me gusta, o me paro te doy un beso, pero me cuesta decirlo, aunque de vez en cuando se me escape. Por ejemplo, no recuerdo eso que dices que el día de Navidad, en la cama te dijera “Te amo”. Si tu lo dices será verdad. Se me escaparía sin darme cuenta.

A lo mejor todo empezó aquella vez, cuando era niño. No tan niño, ya 16, aunque ahora parezca un niño. Ya tengo 33, qué mayor. El tiempo pasa muy deprisa. He descubierto que pasa deprisa desde que te conozco. Es todo como más tranquilo, más llevadero, estoy tranquilo porque te tengo a ti, conmigo, detrás, empujándome.

Eso debe ser amor también.

No lo llamamos así durante muchos años. Éramos los amigos toca-pelotas de todos, porque no nos entendían. Sabiamos antes de hablar, con solo mirarnos. Mi último novio no te podía tragar. Ya lo sabes, no sé para qué te lo digo. Creo que esto de escribir no es lo mío. Debería dejarlo, pero como me has prometido un premio si te contesto a la carta, yo continúo.

El premio lo elijo yo. Seguro que después no se te va a ocurrir volver a jugar a las cartas conmigo y ponerme en esta situación. Me dan ganas de ir a la cocina, te oigo trajinar allí, y cobrarme mi premio de escritor.

No te voy a decir el premio que me he ganado hasta el sábado que viene. He mirado tu calendario laborar y no tienes guardia ese fin de semana. Va a ser estupendo. No hagas planes. Y si los has hecho, cancélalos.

Te decía que éramos muy buenos amigos, o eso me decía yo. Creo que tú no estabas tan de acuerdo con esa situación,según reconoces en tu carte, pero te lo callabas. Yo lo sabía, lo notaba, pero también callaba. Tenía miedo de perderte. Sabía que no podía estar sin ti, pero me aterraba que al vivir juntos o follar, la cosa no funcionara y todo se fuera a la mierda. Te imaginaba abrazado a mi, pero me costaba imaginarte teniendo sexo conmigo. Son cosas de la mente, tú que eres médico sabrás como interpretarlo.

Ahora no puedo imaginarme junto a ti sin follar. ¿Debería haber dicho hacer el amor, más suave? Pero solo lo vas a leer tú, no importa. De todas formas no sería verdad, porque yo contigo he hecho el amor siempre, de mil maneras. He hecho el amor al mirarte, al bromear contigo, al reírnos juntos, al llamarte por teléfono con cualquier excusa. Recuerdo un día de octubre de hace 3 años. El día anterior a la presentación de aquel proyecto tan importante para mí y mi empresa. Recuerdo que estuve buscando una excusa para llamarte durante horas. Todas me parecían tontas, que no ibas a tragártelas, no quería parecer un débil. No, no era debilidad, no quería darte la impresión de que te necesitaba más allá de la amistad, de que eras tan importante para mí, como para necesitar oír tu voz para tranquilizarme.

Lo hice al final, te llamé, y me relajé. No te dije al final nada, y tú tampoco me dijiste que eran las cuatro de la madrugada y te había despertado. No me echaste en cara que no pudiste dormir, ni siquiera me dijiste nada.

Creo que los griegos tenían una forma de llamar al amor de pareja y otra forma de llamar al amor de amigos, porque es amor. Pero lo nuestro no fue amor de amigo,estoy seguro, aunque a parte de todo, seas mi amigo. Siempre fue amor de pareja pero ya te digo, yo estaba aterrado por perderte, me asustaba el sexo, me asustaba que pudieras irte de mi lado, me veía absolutamente inútil sin ti.

Llevo ya escritas muchas líneas y no te he dicho todavía que te quiero. No te acostumbres, no lo voy a repetir mucho, no me sale decirlo. Aunque luego tú vayas diciendo que te lo digo en la cama, antes de dormir, o cosas así.

Creo que te iba a contar por que me cuesta mucho decir eso de te amo, o te quiero. Sirva esto para repetir que te amo, te quiero, te necesito. (Esta repetición merece dos premios, hay que valorarlo).

16 años. El día en que aquel mendrugo, Juan, pasó de mi como de la mierda, después que me tuvo una semana persiguiéndome para que le besara y le dijera guarradas al oído, salpicadas de un montón de “te quiero”, o “te amaré hasta la muerte, Romeo”. Bobadas. Luego le vi con otro más mayor dándose el lote, y luego, con una chica. Luego ese mismo chico se casó con una mujer después de volver loco a Román, un tío majete al que perseguí un tiempo, pero que como estaba por Juan, no me hizo ni caso. Juen se aprovechó y fue por ahí mofándose de mí.

Tanto “te amo” desperdiciados con aquel tal Juan, me hicieron coserme la boca antes de decir esas palabras. Hugo me lo reprochaba mucho.

Ayer vi a Hugo. Está todavía enfadado. Pero es tonto, no sabe todavía que si hay algo que no soporto son las discusiones, el aceleramiento, el levantar la voz. Empezó como siempre, con eso de nosotros y que le tomamos el pelo, se le inyectaron los ojos en sangre, me di media vuelta y me fui. Pensar que estuve cinco años con él y que pensé que lo quería de verdad. Me hubiera equivocado si hubiera aceptado su propuesta de casarnos. No entiende que mientras estuve con él, todo fue para él, el amor digo.

Acabo de releer este párrafo último y me he dado cuenta de que no, es mentira. No lo amé nunca. Me convenía, solo eso. Era agradable y me gustaba follar con él. Tengo que hablarle y pedirle perdón. Es cierto, siempre te he amado, y me he perdido ocho años de tu amor por tener miedo.

Voy a acabar esta carta, me acabas de llamar para cenar. Mañana tienes guardia y yo me voy por la tarde a Madrid. Te dejaré la carta para que la leas cuando llegues del hospital, pasado mañana. No quiero ver tu cara al leerla.

Creo que es una mierda de carta. Es la primera vez que escribo algo así, es la primera carta que escribo en mi vida, querías que la enviara por correo, pero no sabría qué hacer. Estoy pensando que casi mejor me voy a un estanco y que me digan. No quiero que te saques de la manga ninguna escusa y me pierda el premio.

Me he dejado muchas cosas que decirte, es por no tener costumbre y estar un poco desorganizado.

Pero lo importante es que te amo, y eso te lo he dicho. Y me cuesta, ya sabes. Juan tiene la culpa. Después de aquel Juan, me dije que no haría el ridículo más, después de todo lo que dije y que después me sentí por ello absurdo. Estaba todos los días ensayando para mí como decirle lo que me gustaba, con la pasión de los 16. Él me rechazó, jugó conmigo, y se mofó de mí. Por cierto, al Juan ese lo has visto también en el “Tómate otra, Sam”. Es el que se sienta siempre al lado de la ventana, con un libro en la mano, el mismo desde hace muchos meses. Va con su marido, aun que parecen dos extraños. Ni se acuerda de mí, aunque a veces me mira con cara de deseo, pero no de recuerdo. Tendrá razón mi abuela al decir que ahora soy mucho más guapo que a los 16.

El Juan ese me trae a mal traer. No sé por qué ahora tanto repetir cosas de él.

Espero que nunca seamos como esa pareja, que no tienen nada que decirse ni desearse. Yo no digo mucho, pero si hago como si lo dijera.

¿Me he ganado el premio?

Te amo, Carlos.

 .

 Ismael.

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Ismael, Carlos y Juan son tres de los protagonistas de “Tómate otra”, mi primera novela publicada.

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He escrito más cartas de amor. Pincha si quieres leerlas.

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San Valentín: Carta de amor. Carlos.

Hoy va a ser un día muy especial, Ismael. Por que vamos a celebrar nuestro 8º aniversario. Ocho años. Quién nos lo iba a decir ¿verdad?

Estaba por ponerme serio, como el día reclama. Debería haber comenzado esta carta así:

.

Muy Sr. mío:

Espero que esté Vd. bien al recibo de la presente. Y bla, bla, bla.

.

Te hubieras quedado pegado ¿eh? Tú que no recibes nunca una carta, de repente te encuentras un sobre en el buzón, la abres, y así, todo serio, casi estoy por pensar que hubieras creído que te la escribía un abogado o algo así para meterte en la cárcel.

Casi mejor, empiezo de nuevo, que para una carta de amor, es conveniente otro tono:

.

Querido Ismael:

.

No, tampoco, no me gusta, suena a “Querido amigo, o primo, o tío segundo”.

A ver así:

.

Amor:

(esto ya me gusta más)

Amor:

(otra vez).

Amor:

Hoy es el día de los enamorados. No, no es 14 de febrero, pero es nuestro día de los enamorados. Hoy hace ocho años que nos miramos a los ojos y nos conocimos. Me lo recordó tu abuela Teresa el otro día, cuando fui a comer con ella. Tú estabas en Londres. Me dijo tu abuela: “8 años de noviazgo, lo vuestro fue de traca”.

Tu abuela se rió de mí todo lo que quiso y más. Claro, yo puse cara seria y le dije:

– Pero si solo llevamos tres meses de noviazgo y siete de casados.

– Vosotros sois novios desde el día que os conocisteis. Lo que pasa es que no lo sabíais. Erais los únicos que no se habían enterado.

– Pero no me tomes el pelo Teresa – la dije un poco despistado.

– Vuestro día de aniversario es el 9 de febrero, el aniversario del día que os conocisteis.

– Pero ¿Como te acuerdas…?

– Muy sencillo: Ismael vino a contarme que te había conocido y vi sus ojos. Y cuando al cabo de un par de semanas te trajo a mi fiesta de la primavera, vi los tuyos. Y lo supe. Luego os dedicasteis a hacer experimentos, Ismael con más dedicación, tú un poco por disimular, pero estaba claro que desde el día que os conocisteis, estabais enamorados.

Intenté contradecirla, decirla que solo habíamos sido buenos amigos y… solo conseguí que pusiera esa cara de “Yo te escucho, pero no te crees ni tú lo que me estás diciendo”.

– Confiesa – me dijo así de repente, con una gran sonrisa en su boca.

No dije nada. Me reí y cogí un trozo de pastel, de ese de naranja tan rico que hace tu abuela. Lo regué generosamente con chocolate caliente y alabé sus dotes de pastelera. Ella me dejó tranquilo, aunque sus ojos seguían diciendo lo mismo que antes. “Confiesa”.

Y es que me cuesta reconocerlo, Ismael, pero… es cierto, desde ese 9 de febrero, hace ocho años, te amo.

Durante casi siete años fuimos solo buenos amigos. Los mejores. Ni tú ni yo andábamos sobrados de eso cuando nos conocimos. Y tú decidiste que nuestra relación se quedara ahí. Recuerdo una frase que me dijiste pocos días después de ese 9 de febrero:

– Los amigos son más importantes que las parejas.

Y sonreíste para convencerme y yo callé, aunque, y esto no lo he dicho nunca a nadie, desde el primer día te he amado y supe que nadie podría nunca desbancarte de mi corazón.

Pensé mucho sobre ello. He tenido muchos compañeros, colegas, pero amigos de verdad no. Y no sabía como diferenciar las reacciones que me producían cada uno de los conceptos. Hay una línea muy diluida que separa ambos términos. Pero sabes, cuando hablábamos, desaparecían mis preocupaciones, había como una sensación de bienestar que aparecía en mi estómago y se iba esparciendo por el resto de mi cuerpo, una sensación de felicidad que nunca había disfrutado hasta que te conocí y que, cada día que pasábamos juntos, crecía y crecía.

Creo que no soy capaz de explicarlo con palabras.

Siempre he estado enamorado de ti. Ninguno de los hombres con los que estuve durante esos años, me produjeron nada parecido. Pero tú estabas con otros hombres también, y decías que estabas bien con ellos, aunque tus ojos no decían lo mismo, o no decían lo mismo que yo creía adivinar cuando me mirabas a mí.

Luego, ese día en el “Tómate Otra, Sam”, al día siguiente de pelearte con Hugo, tu novio por entonces, a causa de nuestra amistad, cuando tras mucho rato de silencio por nuestra parte, me dijiste aquello de:

– ¿Y si nos casamos?

Creí desmayarme. Tuve miedo de que todo fuera mentira, de que fuera un sueño del que por otra parte, no quería despertar. Me hubiera quedado en esa nube, ajeno al resto de mi vida, durante el resto de mi vida, si hubiera sido la única forma de ser tu pareja, de amarte, de dormir abrazado a ti, de besarte por las mañanas, de despeinarte justo antes de salir de casa camino a la oficina.

Cuando estoy de guardia en el hospital y recibo uno de tus mensajes, me siento el hombre más feliz del Universo. Desaparece el cansancio, puedo aguantar a los pacientes bordes, a los compañeros inútiles, me olvido de los recortes y de que desempeñar mi profesión, que me apasiona, ha sido una pequeña desilusión, porque no me lo imaginaba así. Todo lo puedo aguantar después de que te acuerdes de mí y me envíes un mensaje.

Estas últimas navidades fueron muy especiales. Yo trabajaba el día de Nochebuena y no pude ir a la cena que había preparado tu abuela. Me llevé un bocadillo para cenar. Hubo un momento de agobio en el trabajo, llegaron muchos pacientes malparados por el alcohol y por empachos. Un accidente de tráfico también. Todo típico de esa noche. No sé cuando llegaste, pero te fuiste a nuestra sala de descanso. Recuerdo que Beatriz me dijo:

– Tómate un descanso y vete a comer algo al Spa. Ya me encargo yo.

Me sonrió y me guiñó un ojo. No lo entendí, pero no dije nada, estaba un poco cansado y triste.

Abrí la puerta del “Spa”, y allí estabas, sentado, leyendo. Levantaste la vista, me sonreíste. Dijiste algo así como:

– ¡Feliz Navidad, doctor!

Nos besamos.

Te llamé bobo o algo así, te dije que no hacía falta que vinieras, que… cuánto llevabas esperando, que tu familia, que debías descansar porque habías llegado de viaje ese día. Tú me tapaste la boca de nuevo con un beso y no dijiste nada, solo me miraste, joder, me miraste de esa forma. Y me sentí el hombre más dichoso y con suerte del Universo.

Abriste las tarteras que traías, con lo que nos había preparado tu abuela. Comimos despacio, hablando, mirándonos. No estuvimos mucho tiempo juntos, el trabajo me reclamaba, pero solo ese rato, fue suficiente para que se convirtiera en la mejor Nochebuena de mi vida.

Y al llegar a casa, me habías preparado el desayuno. Me quitaste la ropa, te metiste conmigo en la ducha, y nos acariciamos debajo del agua. Me secaste con mimo, me cogiste de la mano, y fuimos a desayunar.

Me diste un beso.

Me miraste… ¡joder! De esa forma tan especial.

Y nos fuimos a la cama.

Te pegaste a mi espalda y me susurraste.

– Te amo. Pero ahora vamos a dormir, estás cansado.

Creo que te quedaste toda la noche despierto para poder dormir junto mí, esa mañana de Navidad. Es algo especial, no me… bueno. No sé que decir.

Te amo, Ismael. No me puedo imaginar mi vida sin ti. Y sabes, creo que, siguiendo lo que dice tu abuela, hoy, 9 de febrero, es nuestro día de los enamorados, nuestro aniversario, aunque solo llevamos siete meses casados.

Amor, eres mi vida.

Me repito, pero no encuentro otras palabras para expresarlo.

Te amo.

Carlos.

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Ismael y Carlos son dos de los protagonistas de “Tómate otra”, mi primera novela publicada.

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He escrito más cartas de amor. Pincha si quieres leerlas.

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