– Todo fue una locura. Estaban muy nerviosos, ya te digo. Nos fuimos todos al campo, a una finca en medio de la nada. Ya no formamos familias nuevas ni nada de eso. Pero el marcaje al que nos sometían a los “chicos malos” era mucho mayor. Más castigos, llenos de rabia e impotencia. Más inspecciones corporales en busca de quebrantamientos de las normas. Teníamos prohibido cualquier roce con nadie y cualquier tocamiento propio, como lo llamaban. A un chico lo pillaron, ya sabes – hizo un gesto característico con la mano – y lo llevaron al campo y lo abandonaron en medio del bosque. “Para fortalecer su espíritu definitivamente”, decían los sabios llenos de rabia. No sé lo que le pasó, la verdad. Esa noche hizo mucho frío y no llevaba mucha ropa puesta. Y no era muy espabilado. No lo volví a ver.
Yo no pensaba en masturbarme ni en hacer cosas con ningún chico o chica. Yo solo soñaba contigo. Con jugar al tenis y con saber qué libro me ibas a decir de leer la próxima vez. Sabes, tuve suerte y encontré en la casa, en el desván, libros. Entre ellos, “Los tres mosqueteros”. No me llevé el que me diste, lo dejé en una de las montañas de libros que tenías en el cuarto de estar. O en el salón, no me acuerdo. Si me lo hubiera llevado, la lección hubiera sido de campeonato. Teníamos prohibido leer. Super prohibidísimo. Eran 30 azotes como mínimo, además de la ración acostumbrada. Pero allí, en esa casa, leí “Los tres mosqueteros”. Como me gustó. Esa camaradería entre ellos cuatro. Ese “Todos para uno, y uno para todos”. Como me hubiera gustado sentirme así alguna vez… no, miento, porque me sentí así de bien cuando me llevaste la primera vez a un partido. Y luego cuando me recogiste. Y luego, cuando al volver, en el coche, bromeaste cuando me pillaste dormido. Pero sabes, yo no duermo del todo. Siempre estoy vigilante. Siempre escuchando por dónde iban mis padres y si me tocaría esa noche mi lección de fortaleza, como alguno la llamaba. “Hoy veinte golpes con la zapatilla en el estómago”. “Recuerda que debes permanecer vestido delante de todos. Nadie puede ver tu cuerpo ni las marcas de tus pecados, nos avergonzarías a todos”. Y mis compañeros del equipo llamándome guarro por no ducharme. Y en los colegios que estuve, lo mismo. ¿Sabes lo que es eso? Da igual, eso era uno de los menores de mis problemas.
Miraba suplicando a Peter. Éste no sabía como interpretarlo. No sabía que hacer. Nunca supo si fueron imaginaciones suyas o lo vio de verdad, pero Edu, desde la barra, le hizo un gesto imperioso para que se acercara al chico y le cogiera de la mano. Y no lo dudó: se cambió de silla y lo abrazó contra él. Fue a darle un beso en la coronilla, pero se acordó de sus sobrinos y de lo que odiaban esos besos. Así que suavemente levantó la cara de Justin y lo besó en la frente.
– Ya pasó todo, Jus. Estás conmigo. Todo irá bien.
– Joder, hubiera dado mi vida por oír eso aquellos días. Joder, te lo juro, lo soñaba. No estábamos aquí, estábamos en el vestuario, después de un partido. Y todo había salido mal, y se me había roto la ropa y la peña me había visto el cuerpo. Todo lleno de marcas y heridas. Y de mi vergüenza por ser un mal chico. Todos me miraban y me insultaban. “Eres un chico malo”. “Eres Satanás, el diablo”. “Lo lleva escrito en la piel, miradlo”. “Blandito, blandito, marica”. Y me escupían y me llamaban guarro. Y me tiraban cáscaras de naranjas y de plátanos.
Todo el mundo decía que era malo. Salvo mi abuela. Era la única que me dijo que era buena gente. “Cosas de abuelas”, me dijeron con desprecio, una vez que lo oyeron mis padres de entonces. Pues yo soñaba con que entrabas en los vestuarios y desnudo, mojado y sucio, te daba igual, tú vestido de traje, con corbata y todo, elegante, limpio, oliendo a perfume y te acercabas a mí y me abrazabas, así como lo has hecho ahora. Y te lo juro, me decías: “Todo va a ir bien”. No me atreví a soñar que me dabas un beso. Pero es guay.
Y esa noche, la de mi cumpleaños que nadie recordó, me decidí. quería celebrarlo contigo. Quería que me dijeras que todo iba a salir bien. Que … joder, pero pensé que no ibas a querer nada de mí, que no ibas a cargar con un chico lleno de problemas y que era malo, porque todos decían que era malo. Joder. Es que no vi besarse a nadie en todos los años de mi vida. En la Asociación. Nadie. Y si íbamos por la calle y veían a una pareja besarse, enseguida nos hacían apartar la mirada y decían que esos se condenarían al infierno. Y no te quiero decir lo que pasó una vez que vimos a dos chicos besarse en la boca. Al llegar a casa, me dieron una dura lección. En todo el cuerpo. Como decían que yo era de esos…
– No hace falta que sigas, Justin – el relato estaba angustiando a Peter de una forma que nunca había pensado que lo haría.
– Quiero seguir, Peter. Tienes que saber. Me has salvado la vida, me has querido como nadie. Te quiero, joder. Y quiero que me escuches. Quiero que sepas… lo necesito – suplicaba con la voz y con la mirada.
– Vale, está bien. Te escucho lo que quieras.
Lo apretó contra su cuerpo y le acarició suavemente el hombro. Estuvieron así un rato. El local estaba lleno pero curiosamente, las dos mesas más cercanas a ellos estaban libres. Peter se dio cuenta de que Diego el encargado, había puesto unos cartelitos de reservado. Sin pedirlo, también les acercó otro par de cervezas y les retiró las que tenían mediadas y que estaban ya calientes.
– Una noche me decidí y huí. Me daba igual lo que me pasara. Me daba igual que me rechazaras. No aguantaba más. Si no te hubiera conocido… si no me hubieras tratado bien, pero después de conocer eso… no podía olvidarlo. Necesitaba. Te necesitaba. Salí por la noche y me fui campo a través. Pensé que tendría unas horas antes de que me descubrieran, pero lo hicieron enseguida. Debían tener sensores o cámaras o alguno se chivó. Alguno de los otros chicos me tenían manía. No sé por qué, porque no era nada especial. A lo mejor porque parecían “enseñarme con especial dedicación”. O porque los sabios hablaban a menudo de mí y de ti. Una vez incluso dijeron algo de darte un escarmiento. Pero parece que la idea no prosperó.
Peter sintió un escalofrío al comprobar que las especulaciones de Javier el policía eran ciertas. “Valoraron el darte una paliza”, le dijo un día en comisaría.
– El caso es que enseguida supe que me seguían. Con perros y todo. ¡Que fuerte! Como si fuera una cacería. Pero tuve suerte: llegué a una carretera y logré subirme a un camión que estaba aparcado. El conductor estaba haciendo sus cosas al lado de un árbol. Así que no tardó en ponerse en marcha. Y así logré llegar aquí.
Pero joder, no me esperaba que al lado de tu casa, estarían esperándome. Los vi de casualidad. Iba preocupado porque ahora sí que iba sucio y olía mal. Me aterraba encontrarme contigo y en ese estado. “Así si que no me querrá en la vida”. “Con problemas, cobarde y sucio”. “Y un mal chico, todos lo decían”. Los vi y me vieron. Empecé a correr y escondiéndome en los centros comerciales. Y corría por la calle y parecía que los despistaba, pero al cabo de un rato, los volvía a encontrar. Eran un montón. No parecían dispuestos a dejarme liberarme. Ya no tenían contactos en la policía porque Javier los había descubierto a todos. Incluso a algún juez que era de las ideas de ellos. No podían arriesgarse. Llegué a casa de nuevo, a tu casa, pensando que había pasado lo peor. Pero no, ahí estaban de nuevo. Pero pasó algo: la policía salió de todas partes y fue una locura. Fue algo increíble. Pero me entró miedo de que me detuvieran. Yo quería llegar a ti y tú sabrías que hacer. no… no podía dejar que me detuvieran, porque era un chico malo. Y la policía estaba para detener a los chicos malos. Asi que volví a correr. Ya no podía hacerlo con fuerza, estaba agotado. Y sabes, de repente apareció un coche de la nada. Si hubiera estado descansado, lo hubiera esquivado. El cuerpo no me respondía como yo quería, y lo vi acercarse a toda velocidad. Miré al conductor, te lo juro, y era uno que fue mi padre cuando tenía 12 o 13. Ese parecía odiarme especialmente. Se lo vi en la cara cuando me atropelló. Salté por los aires. Javier dice que di un salto, pequeño, pero suficiente para que el coche no impactara de forma que me hubiera matado irremediablemente. A lo mejor tuve suerte o a lo mejor el destino, o a lo mejor hay un Dios que decidió salvarme.
– Ya está, ya está, Justin. Ya está. Cumpliste tu misión. Estás conmigo, con Nuño, con Rodri, con todos nosotros. No te va a pasar nada malo. A partir de ahora todo serán cosas buenas.
– Ayer vi a uno de ellos. Nos siguió cuando fuimos a la tienda de Rodri y Nuño.
Lo dijo en un susurro.
Peter suspiró resignado. Era lo que quería evitar. Era a lo que tenía tanto miedo. A las peleas, al peligro. Una de las cosas a las que tenía pavor y por lo que dudó con Justin. Pero ahora era distinto. Entonces Justin no dejaba de ser un chico cualquiera, un vecino con problemas. Ahora era parte de él. Lo quería. Y no dudaría en enfrentarse a cualquier peligro por él. Hacía unos meses, hubiera metido la cabeza debajo de la almohada y hubiera dejado que pasara el tiempo, a ver si escampaba.
Ahora, tras un aviso muy serio que le dio hacía unas semanas el comisario de la criminal, era el primero que estaba alerta. Llevaba una especie de botón del pánico. Antes que lo viera Justin, lo había detectado él mismo. Y pulsó el botón inmediatamente. El hombre que vio en el coche, era uno de los que salían en las fotos que le habían enseñado en comisaría tantas veces.
– Ya está solucionado, Justin. Yo lo vi también y llamé a la policía.
– No me dijiste nada.
– No… no quiero que te preocupes, que vivas con miedo. Ya has peleado por tanto… deja que nos preocupemos un poco por ti.
– Pero no quiero que te pase nada… no quiero ser una carga.
– Y nada me va a pasar. Salvo que ganaré el campeonato de tenis que vamos a organizar tú y yo.
Justin arrugó el entrecejo.
– No te pongas en plan digno, que no te pega.
– No soy un niño – se quejó un poco enfadado.
– Claro que sí, eres mi niño. Y vamos a jugar un campeonato de tenis.
– Peter, no me trates…
El aludido cogió su cara con las manos y le plantó un nuevo beso en la frente.
– Vamos a jugar un campeonato de tenis: tú y yo.
Justin ya no se atrevió a decir nada. Pero su cara era una mezcla de enfado y aturdimiento. De alegría y sorpresa.
– Jugaremos los sábados y domingos durante un mes. Y quien gane de esa ronda de 8 partidos, decidirá el lugar de vacaciones de la familia.
– ¿Vamos a ir de vacaciones?
– Pobres, pero sí. No pidas ir a Punta Cana.
– Nunca he ido de vacaciones.
– Es una de las cosas buenas que te van a pasar a partir de ahora.
– Vale. Acepto el campeonato. Pero si gano yo, dejas de fumar del todo.
– Ya lo he dejado – Peter era ahora el que se había puesto digno.
– El otro día te pillé fumado en la calle. Ibas con Carmen.
– Fue un pitillo. Pero te juro…
– Del todo.
– Vale. Del todo. Hasta entonces, fumaré un cigarrillo de vez en cuando.
– Mejor para mí, así te ganaré con más facilidad.
– Soy bueno al tenis.
– Estás gordo.
– He adelgazado.
– 5 gramos.
– ¡¡4 kilos!!
Justin elevó la mirada al cielo pidiendo clemencia para el mentiroso. “Si es bueno en el fondo”.
– Si me da igual ir a cualquier sitio de vacaciones. Para mi, sabes, ya estoy de vacaciones. Tú eres mis vacaciones.
Esta vez fueron los ojos de Peter los que se llenaron de lágrimas. Y su ánimo el que se llenó de compunción y emoción.
– Vamos a acercar estas mesas. Menos mal que las he reservado – Eduardo se había acercado a ellos. – Mirad a quienes he encontrado por casualidad que venían a tomar una merendola de las nuestras.
– Hola, hola – Rodrigo, Nuño, Julián y Pere venían detrás del dueño del “Tómate otra”.
– Le hemos dicho a Edu que se una a la fiesta familiar – explicó Rodrigo a su tío.
– Y no me puedo negar. Diego se va a sentar también, que ya le toca salir de trabajar.
– Aquí estoy.
– Que guapo te has puesto.
– Voy a ver si luego Eduardo me lleva por ahí a bailar.
– No me gusta bailar.
– Pues a tomar una copa.
– ¿Vamos a tomar una copa?
– Claro. Y espero que Peter y Justin nos acompañen.
– Yo quiero ir también – dijo Julián con voz de “por favor, por favor”.
– Cuando te recuperes del todo – le prometió Nuño.
– Jo.
– Y yo – se apuntó Pere.
– Tú si que tienes que crecer un poco más. Si eres un renacuajo.
– Oye, que tengo ya trece años.
– Vale, vale. Pero hasta los 16, nada de nada.
Fueron llegando viandas y bebidas. Las lágrimas de Peter se secaron y la congoja de Justin fue desapareciendo por completo. Llegado un momento, Justin se apoyó en el pecho de Peter y cerró los ojos. Todos se dieron cuenta, pero no dijeron nada, siguieron con la reunión como si nada. En un momento, Peter se agachó y susurró al oído de Justin:
– No me escuchas, te has quedado dormido.
Pero Justin no respondió. Ni siquiera movió un músculo. Efectivamente, se había quedado dormido. A lo mejor, era la primera vez que dormía de verdad en su vida.
Peter sonrió triunfante. Sus sobrinos comprendieron y también se animaron. Julián lo entendió, pero aunque se alegró, tuvo envidia: “¿Cuándo me pasará a mí?”.
Había un grupo de personas hoy, en el “Tómate otra, Sam”, que estaban felices y contentas. Estaban sentados en las mesas del fondo. Algunos de ellos lo habían pasado mal. Eduardo perdió a su marido asesinado delante de él. Diego y él perdieron también a un buen amigo. Justin, Julián y Pere, perdieron su dignidad, la alegría de ser niños. Se perdieron las caricias y el cariño. Se perdieron a la gente cariñosa que les tocaba por ley.
Pero ahora, parece que es uno de esos momentos que todo lo malo pasa a segundo plano y la alegría toma su lugar. Sin esos momentos felices, no podríamos seguir soportando la dureza con la que a veces, nos golpea la vida.