Una buena mañana para correr (33).

Estaba sentado en la cocina. Tomaba un tazón de leche, con un chorro de coñac. Poco a poco iba poniendo su cuerpo a funcionar. Estaba intentando recordar qué pudo llevarle a  acabar con ese tío. Lo único que se le ocurría, era el alcohol y la desesperación.

Se movió un poco en la silla. Todavía le dolía mucho el culo. Debía buscar una posición en que le molestara menos. Se había dado una crema que había encontrado en el baño. Parecía que le había aliviado un poco el dolor que tenía en todo el cuerpo.

Sorbió de la taza. Le estaba sentando bien. Se levantó a por unas galletas. Sentía que el estómago empezaba a reclamar algo sólido. Solo quedaban 4 galletas Chiquilín. Mañana debería hacer un esfuerzo e ir a hacer la compra. Apenas le quedaba nada que comer, ni que beber. También tendría que ir a trabajar. No podía seguir faltando al trabajo. Debía centrarse un poco, o todo se iría al garete.

Mientras masticaba la última galleta, pensó que debía dar un giro a toda su vida. No podía seguir en esa dinámica. Gervasio había llegado a su vida, y se la había destrozado. Él pensó que iba a ser su amor, lo que iba a darle estabilidad emocional, conocer la vida en pareja, que hasta ese momento se le había escapado. Y en lugar de eso, se había convertido en la causa de ese viaje medio destructivo que había emprendido. Mucho sexo, mucho placer… mucho alcohol, risas, tonteos… pero todo envuelto en un halo de desesperación, que hacía que nada de todo eso, fuera pleno.

Fermín se acordó que a veces guardaba algunas cosas en un armarito de la terraza. Las galletas le habían abierto todavía más el apetito. Tuvo suerte, y encontró una bolsa de magdalenas. Estaban caducadas desde hacía días, pero no se iba a poner estupendo. También había un bote de mermelada de fresa, y un paquete de macarrones.

Volvió con su botín a la cocina. Abrió el bote de mermelada, y empezó a untar las magdalenas en la mermelada, para luego untarlas en la leche “chocolateada con coñac”. Se sonrió de su gracieta… recreando el anuncio de Nesquik.

Sonó el timbre.

Fermín se quedó parado. Pensó quien podía ser. En ese hombre… en Jaime… No tenía ganas de ver a ninguno de ellos. No hizo caso, y abrió otra magdalena.

Sonó otra vez el timbre, con mucha más insistencia.

Se sobresaltó. Se imaginó al José Luis ese, dispuesto a darle otra vez duro. Y eso le dio miedo… a la vez que le excitó. Se puso nervioso con esa excitación. No podía creerlo. Y tampoco podía evitarlo. Solo pensar que el que llamaba era José Luis, le hizo recuperar su virilidad, que hasta hacía unos minutos, pensaba que tardaría en poder tener una erección. Pero aún así, se quedó sentado.

Otra vez el timbre.

Y seguía.

Y otra vez.

Seguido.

Al final, Fermín se levantó. Según se acercaba a la puerta, se iba excitando más. Estaba seguro que esa forma de llamar, solo era posible que fuera él. Miró por la mirilla, pero no vio a nadie.

Otra vez el timbre.

Al final abrió la puerta de golpe.

– Vete a tomar por el c…

– Bonito recibimiento. Te dejo unas horas… pero Fermín, cariño… ¿qué te ha pasado en la cara? Pero… ¿Estás bien?

Era Gervasio. Era imposible… Gervasio. Y él estaba hecho una piltrafa.

– ¿Me vas a dejar pasar? Parece que has visto a un fantasma. ¿A quién esperabas?

Fermín no reaccionaba, y estaba en mitad de la puerta, impidiendo el paso a Gervasio. Al final éste le apartó suavemente con un brazo, y entró en casa.

– ¿Comemos en casa o salimos?

– Pues…

Gervasio dejó una bolsa de viaje que traía y la dejó en el sofá del salón.

– Voy a mirar que tienes en la despensa…

– No, deja, casi…

Pero Gervasio ya estaba abriendo todos los armarios de la cocina.

– Pero mi amor… si estás seco. Venga, vístete… que ya me he dado cuenta al entrar que estabas empalmado… que pillín… Pero antes de eso, hay que… tienes mala cara, ¿te ha pasado algo? Venga,  vístete que conozco una tienda que no cierra los domingos en Cardeñadijo. Vamos en un momento y surtimos tu despensa.

Fermín estaba como embobado, mirándole.

– ¡Vamos! Cuanto antes compremos y comamos, antes podremos bajar ese bulto…

Se acercó a Fermín, y le puso la mano  en el paquete…

– ¡Huy! Si ya te ha bajado.

Al tocarle, Fermín no pudo reprimir un rictus de dolor. Gervasio se le quedó mirando. Le quitó su camiseta. Le bajó los pantalones del chándal. No pudo reprimir la sorpresa. Fue  rozando cada moratón, cada herida. Le llevó hasta el baño.

Se metió con él en la ducha.

Salieron.

Le secó suavemente. Y le fue curando cada herida. Fermín le mostró la crema que se había dado, y se la fue repartiendo por todo el cuerpo. Cada poco tiempo, Gervasio le iba dando pequeños besos en el cuerpo, en los labios, en los ojos. Cada poco le susurraba también, que todo iba a salir bien.

Le ayudó a elegir la ropa.

Se vistieron.

Bajaron al coche de Gervasio, y fueron a la tienda de Cardeñadijo.

Compraron de todo.

Llenaron casi el maletero.

Fermín casi no hablaba. Estaba como en una nube.

Gervasio no hacía más que parlotear. De vez en cuando, miraba su móvil, pero nadie le llamaba.

Volvieron a casa, y coloraron todas las cosas en su sitio.

Al final, Gervasio convenció a Fermín para comer en un restaurante.

Fermín seguía como en una nube. Ya no le dolía nada. Algo habría ayudado el Gelocatil que se había tomado antes de ir de compras. Pero indudablemente, Gervasio y su actitud, estaban haciendo mucho.

Volvieron a casa, sobre las 6, después de ir a tomar un café al Memphis.

Irlandés, Gervasio.

Blanco y Negro, Fermín. Pensó que  le iba bien con el día que llevaba: Negro por la mañana, blanco por la tarde.

Gervasio le desnudó poco a poco.

Fermín se dejaba hacer.

Se metieron en la cama.

Se besaron.

Fermín apoyó su cabeza en el pecho de Gervasio. Éste le acariciaba lentamente el pelo.

Al final, se durmieron los dos, desnudos, sintiéndose ambos a gusto y felices.

Plenos.

Felices.

Nada les importaba.

Nada les preocupaba.

Tuvieron sueños, y fueron dichosos.

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Historia por capítulos.

Camarero callejero

Estaba yo pensando que, con lo que me gusta probar cosas nuevas… este camarero callejero ofrece, parece, una degustación de algo. ¿Sabéis en que calle lo hace?
Si no lo sabéis y conocéis al camarero, podías llamarlo para que se pase por mi calle… ¿si? que me timbre, si eso, que así charlamos en el salón… bueno, o en cualquier otra estancia… ains.

Y canalla escribió la continuación. Historias para seguir.

Y hay que leerlo.

Como ando estos días un poco perdido escribiendo una, ejem, pequeña historia, pues os voy a recomendar una lectura interesante.

Pongamos en antecedentes.

Hace un tiempo empezamos con un juego: Seguir un relato que había empezado davichini. Luego lo siguió Edgard, y luego seguí yo, con la tercera parte.

La cuarta correspondía a canalla.

Pues… que sepáis que la podéis leer en su blog…

Así chicos, que no sé a que esperáis.

ains.

Una buena mañana para correr (32).

Juancar se había quedado blanco. Parecía haber visto a un fantasma.

– ¿Te sorprende verme?

No atinaba a contestar. Carlos iba mirando alternativamente a Joan, y a Juan Carlos.

– ¿No nos vas a invitar a pasar a tu casa? ¿Te ayudamos a sacar alguna cosa? ¿Te mudas?

Juan Carlos estaba petrificado en medio de la puerta.

– Vamos, cari – dijo Joan, al final tirando de la mano de Carlos – Seguro que Carlangas tiene una aspirina para el dolor de cabeza que te ha creado la mierda esa que te hizo beber anoche.

Y diciendo esto, enfiló decidido la puerta de la casa, apartándole con una mano.

– ¿El salón? ¡ah! Vale, por aquí. Carlangas esta casa es una pocilga. No me extraña que tengas que hacer chantajes para follar. Yo si no te importa, tomaré un zumo, y Carlos tomará otro zumo, y la aspirina. ¿Que le echaste? Va, déjalo, no me lo digas. Da igual. Cualquier mierda barata. Puedes cerrar la puerta de la calle, si quieres. No quisiera que los vecinos o ese pobre diablo al que acabas de echar, se enteren de las mierdas de las que vamos a hablar. Presente y futuro… Cari… quien nos iba a decir que el Juancar del que me llevas hablado toda la mañana, era mi “querido amigo Carlangas”. Futuro y presente que vienen a darse de la mano en un instante. Nos sentamos mientras nos traes los zumos. Por cierto, los zumos sin abrir. Por eso de que no se te caiga nada, que ya nos conocemos.

Antes de sentarse, apartaron unas revistas del sofá, y una caja de Pizza vacía. Pensándolo mejor, Joan decidió no sentarse, no estaba seguro de no mancharse el traje.

En un segundo, volvió el anfitrión con unos Bi-Frutas de Pascual, y una caja de aspirinas. Al final Joan encontró una esquina que parecía lo suficientemente limpia y se sentó.

– Ves, cari, como Carlangas es un buen anfitrión. Y tu que lo dudabas… Juancar, te has quedado blanco. Huy, cualquiera diría que te has encontrado de bruces con un fantasma. Pero mucho mejor así, ya no tendrás pesadillas por las noches pensando que me habías matado… ¿verdad? Yo, un joven de apenas 17 años, marica, y chapero – Carlos levantó las cejas, no se esperaba esa declaración de Joan – Tú un chulo de veintipocos, que necesitaba pisar a quien pudiera, para olvidarse de lo marica que se sentía.

– Yo no soy marica.

– ¡Ja! No es marica… – Joan se levantó teatralmente – Carlos… Juancar no es marica… ¡ah! Claro, que para él, marica es solo el que pone el culo. El es muy macho. Le gusta petar culos, pero son solo agujeros. Na… no es para nada marica. Aunque, entre tú y yo, Cari – Joan se acercó de su salto a dónde se había sentado Carlos, y puso la mano al lado de su boca, como indicando que le iba a contar un secreto – yo le he visto con el culo en pompa y con los ojos en blanco… sip.

– Eso es…

– Verdad, Carlangas. Y tú lo sabes. Por eso me diste ese golpe en el suelo,. Cuando estaba ido por el mono, y por los golpes de aquellos. Ese golpe que pensaste que me dejaría ya muerto.

– Yo…

– Tú ¿qué?, Juan Carlos. ¿Tú qué? ¿Quieres ver la cinta de video-vigilancia del local? ¿Y el del banco un poco más arriba?

– Es es un farol. No tienes nada de eso.

– Arriésgate.

Se quedaron mirándose ninguno pestañeaba. Uno estudiaba la posibilidad de un farol. Él otro jugaba sus cartas sin pestañear.

– Estoy seguro de que es un farol.

– Tú mismo. Yo que tú por si las moscas, entraría en tu estudio. Y borraría los archivos de las fotos de mi chico. Y me sacas las fotos que tengas impresas. Y también vete borrando las fotos que les has enviado a tus cómplices.

Mirándole de reojo a Joan, Juan Carlos decidió lanzarle un órdago. Nadie le iba a callar tan fácil en su propia casa.

– Te pone los cuernos y encima le defiendes. Sigues siendo patético. Sigues sin tener la más mínima autoestima. ¿Sigues haciendo chapas por 15 euros? ¿Sabías que tu chico era un chapero desde los 16 años? ¿Sabías que ha lamido culos llenos de mierda? ¿Cuanto cobrabas por eso… 25 euros?

– Buen intento, Carlangas. Te explico una cosa, marica de mierda.

Joan se fue acercando a su antagonista. Le puso la mano encima del hombro, y señaló a Carlos.

– ¿Ves a Carlos? Es guapo ¿verdad? Le has visto desnudo… tiene un cuerpo de muerte. Pocos cuerpos has visto como el de él. Le has visto la polla, pocas pollas como esa has visto tú. ¿Le ves la mirada? ¿Ves lo que transmite? No, ya sabía yo que tú no eres capaz de ver nada. Mira… Carlos, mi chico, es guapo. Y lo sabe. Y se lo cree. Y sabe que cualquiera cae rendido a sus pies, solo con pestañear. Es un chulo y altanero. Tiene a todos los hombres que quiera. Mírate en el espejo. No eres el tipo al que mi chico se follaría. Además, Carlos no es pasivo. Es más, le duele mucho cuando le penetran. No, no has follado con él hoy. Ni lo vas a hacer nunca.

– Muy seguro estás… mira las fotos…

– Ya las he visto. He visto las fotos que has enviado al amigo de Carlos. Y sigues siendo un maestro en el timo de la estampita. He visto un cuerpo bonito, abrazado por un cuerpo asqueroso. Y por cierto, llama a tu especialista en photoshop, que la foto de la penetración, está muy claro que no es el cuerpo de Carlos.

– Eso…

– Eso te lo digo yo, gilipollas.

– …

– …

– …

– …

– …

– Estoy esperando que traigas las fotos. Y ,mejor será que no tenga indicios de que esas fotos rulan por ahí.

– No puedes hacerme nada. Si tu hablas…

– ¿Me estás amenazando? Tengo prisa. Las fotos.

Joan se le quedó mirando de nuevo fijamente. Le extendió la mano, para indicarle que estaba esperando esas fotos. Juan Carlos era remiso a dar su brazo a torcer. No estaba acostumbrado a perder.

Al caco de unos minutos, Juan Carlos dio su brazo a torcer. Se dirigió al pasillo en busca de las fotos.

– Cari, tírame esa especie de bata que hay ahí.

– ¿Esto? Pero…

– Trae, pesado. Tu quieres que te explique todo, y tú no abres la boca. Vete hacia la puerta.

– Niño, pero…

– Vete a la puerta. Y ciérrala. Espérame en la calle. Si está el chico ese, ayudale a bajar lo que sea, y que se quede contigo.

– Pero…

– Haz de una puta vez lo que te digo.

– Vale, vale.

Joan se puso esa especie de bata.

Esperó a que cerrara la puerta Carlos.

Se puso los guantes.

Cogió una especie de cachaba que vio en el paragüero.

Fue rápido por el pasillo, hasta la primera puerta. La entreabrió. Juan Carlos estaba hablando con una chica…

– ¿Seguro que está todo bien grabado?

– Seguro, Juancar. Desde que han entrado lo he grabado todo.

– ¿Has copiado las fotos en…?

– Ahora lo voy a hacer. Luego le puedes decir que las borras. Mañana mandaremos esas fotos a todo el campus. Y ya he avisado a Germán para que me llame. Le encargaré que busque a todos los relacionados con ese Carlos, su familia, amigos de fuera…

– Bien. Voy a darle las fotos a ese gilipollas. Se va a llevar una sorpresa…

Joan aprovechó que los dos estaban dados la vuelta, buscando las fotos, para entrar. El primer golpe con al cachaba se lo dio en la parte de atrás de las rodillas. El segundo a la altura de las costillas. Se giró y le dio una patada a la chica en el estómago. Cayó hacia atrás, llevándose por delante la cámara que tenía instalada en un espejo falso del salón. La otra pared tenía otro espejo falso, y daba a la habitación en dónde Juan Carlos perpetraba sus aventuras amorosas. Golpeo los cristales con el bate improvisado.

Tocó ahora golpear el ordenador. Tiró la carcasa, y entre los desechos del mismo, entresacó su disco duro. Comprobó que no tuviera dos.

Miró como Carlangas y su amiga, se retorcían de dolor en el suelo. El miedo asomaba en sus caras.

Cogió una bolsa, y metió en ella el disco duro, y los CD y DVD que vio por allí.

Fue a un armario al otro lado de la habitación, y lo abrió. Fue tirando todo el contenido sistemáticamente. Cogió unos álbumes de fotos, en donde aparecían sus últimos trofeos. Alguna cara le resultaba conocida. Lo metió todo en la bolsa.

Se dio la vuelta, y le dio una patada en la espalda a Juancar.

La chica intentó reptar hacia la puerta.

– Puedes salir de aquí hoy con mucho dolor y moratones, o con la cabeza rota. Elige.

La chica se quedó quieta, llorando.

– Tú no sueñes, vas a salir con la cabeza rota. Esto que huele es mierda… ¿No te habrás cagado, valiente?

Revisó la mesa. Metió en ella todo cuanto parecía que podía ser de interés. Ya lo estudiaría con detenimiento. Unos DVD que encontró en un cajón, más fotografías en papel. Se alejó hacia la puerta. Echó un vistazo a la habitación. Miró hacia las esquinas de arriba, en busca de cámaras o algo parecido. Parecía que no se dejaba nada. Reparó en la cámara tirada en el suelo. Por si las moscas la cogió y la metió en la bolsa. Miró a la chica y se acercó hacia ella.

– ¿Como te llamas cielo?

– Virginia – dijo entre sollozos.

– ¿Virginia has dicho? Antes hablabas más alto… como ha cambiado la situación ¿Verdad? Antes creías tener el poder sobre los demás… ¡Como pone eso! Esos pobres gilipollas de la otra habitación, a los que tenemos en las manos. Podemos cerrar los dedos y escuchar como crujen sus huesos, como destrozamos su vida hasta que gritan ¡Basta! Y se entregan… a vosotros o… vete tú a saber.

– Te vas a cagar, voy a denunciarte. Vas a acabar en la cárcel. Tengo amigos en la policía. – le dijo entre estertores de dolor Juancar – Siempre has sido un mierda… chupapollas… “el tirao” “dos duros una mamada” “Tres, abierto de culo”.

Joan le miró con desdén. Volvió otra vez su atención a la chica.

– Bueno, Virginia, tu amigo parece chulito y seguro de sí. Así que me vas a ir contando, qué se me ha escapado de esta habitación. Tú eres su técnico – diciendo esto, la agarró de su melena y tiró de ella hacia atrás.

– Te lo juro. Aquí no hay cámaras, ni nada… te lo juro…

– Juancar me da que no te estás tirando un farol. Tiene que haber algo que se me escape…

– Ya lo veo.

Joan se dio la vuelta sobresaltado. Era Carlos que había entrado de improviso. Fue hacia una de las esquinas, en donde había una especie de mesita con libros encima. Allí asomaba apenas un portátil, de los pequeños, con su cámara y su micrófono.

– Guárdalo aquí, anda. Ya hablaremos. Es mejor que te vayas. Y…

– No, Joan. No me voy.

Dándose la vuelta le dio una patada a Juan Carlos a la altura del estómago. Y luego otra, y otra… parecía desbocado… Joan le agarró fuertemente, rodeándolo con sus brazos. “Tranki, Carlos” – le susurró.

– Ya, ya… ya estoy bien.

Joan empezó a soltarlo, pero Carlos se revolvió y esta vez le golpeó a la chica.

– Ya, ya, ahora sí…

Se miraron los dos, y Joan le indicó con la vista, que saliera de la habitación. Carlos le decía que no con un imperceptible movimiento de cabeza.

– Vas a tener suerte, Carlangas. Mi chico te acaba de perdonar la cara

Joan se agachó esta vez a su lado. Le empezó a dar suaves tortas en la cara.

– Eres capaz de sacar lo peor de mí, Carlangas.

Se le quedó mirando sonriéndole.

– Carlos, vete un momento y echa un vistazo a la casa. Sabes lo que debes buscar. Dile al de la maleta voladora que te ayude.

– No me…

– No va a pasar nada, Carlos. Hazme caso.

Se le quedó mirando, como estudiándolo. No estaba seguro de lo que veía en el gesto decidido de Joan. A parte de que no lo conocía suficiente, su rostro era impenetrable. Al final, no pudo aguantar el gesto, y salió. Volvió su atención hacia su amigo Carlangas, y intuyó un gesto de fastidio al ver a Carlos salir a revisar su casa.

– Parece que tienes algo más que escondes.

– No…

– Ya, veremos.

Joan pronto escuchó a los dos como revolvían el resto de la casa.

– Hoy, al verte, se me han revuelto las tripas, Carlangas. Y he tenido verdaderas ganas de matarte. Y de hecho, todavía no acabo de tener decidido el no hacerlo.

– No tienes cojones.

– ¡Bahhhhhhhh!, si es que no se trata de cojones. Se trata de ser de una forma u de otra. Yo creo que ser chapero, no está mal del todo. No es la mejor profesión del mundo, pero por lo menos no se hace daño a nadie. Tú eso lo denigras, y en cambio disfrutas jodiendo al personal. Haciendo chantaje, vendiendo drogas, pegando a la gente… No, no digas nada, ahora hablo yo. A mí casi me matas, pero a Juliana, sí la mataste. Primero la destrozaste la vida, y luego la mataste. Mi vida por entonces, no valía nada. Pero esa mujer, era todo bondad, era todo entrega a los demás. Comprobarás en los próximos días si lo de antes, era un farol mío o no. Yo por si las moscas, iría preparándome para vivir en la cárcel un tiempo largo.

Joan se levantó, empezaban a dolerle las piernas de estar en cuclillas.

– Procura mientras eso ocurre, que no te encuentre en mi camino. Y procura que tampoco te encuentren ni mi chico, ni ese otro al que has echado de esta casa hoy. Ni a ningún otro que pueda yo conocer aunque sea de vista.

Juancar, no levantaba la vista del suelo. La chica les miraba de reojo. Joan iba hacia la puerta, cuando volvió de repente, levantó nuevamente la cachava que había vuelto a coger, y lo estampó primero contra las espalda de la chica, y luego contra la de Juan Carlos. Tiró lo entonces, y salió de la habitación, cerrando la puerta.

Carlos y Diego le esperaban en el pasillo. Se quitó la bata que se había puesto, y los guantes, los metió en la bolsa con las demás cosas y salieron todos de la casa. Joan llevaba una bolsa con lo que había requisado y Carlos llevaba otra bolsa voluminosa con lo que había cogido del resto de la casa.

– Me llamo Joan

– ¡Ah! Yo Diego, encantado.

Joan se le acercó y le dio dos besos.

– Lamento haberte conocido en estas circunstancias. ¿Tienes dónde quedarte?

– Ya encontraré algo, no…

– Vale. O sea que no tienes ni puta idea de dónde dormir esta noche.

Diego bajó la cabeza.

El ascensor llegó al portal.

Joan sacó unas llaves de uno de sus bolsillos, y se las lanzó a Carlos.

– Llévale a mi casa, le instalas en la habitación del fondo.

– Vaya, has sacado tu lado mandón hoy… me has dejado de una pieza ahí dentro…

– Deja de decir paridas, que no tengo tiempo. Ya hablaremos esta tarde. Además solo he empezado a darte instrucciones.

– …

– Calla.

Joan sacó una libreta de otro bolsillo, y apuntó una dirección y un nombre.

– Luego, llevas todo lo que hemos sacado de esa casa, a esta dirección. Ahora le llamo para avisarle.

– …

– ¡Que te calles! Lo de hoy te va a costar unos cuantos recados. Y no son los de hoy, porque todo esto es por ti, nada más. Es para asegurarnos de que nadie te va a chantajear más. Y tú… ¿Diego me dijiste que te llamabas? Cierra la boca, que se te está quedando cara de bobo.

– Pero Joan, no sé…

– ¿Alguna pega? Tú tenías coche, ¿verdad? – miró a Diego, y este asintió – Pues lleva todo a mi casa. Y luego vas con Carlos a ese recado. Mañana hablamos tranquilo. Al menos unos días puedes quedarte. Y chicos, me voy, llego tarde a una celebración.

Dio un pico a Carlos, y un beso en la mejilla a Diego.

Joan se giró y con una corta carrera, acabó de llegar a la calle principal. Levantó la mano con gesto decidido, para llamar la atención de un taxi que pasaba por allí.

Se montó.

Miró el reloj. Comprobó que todavía llegaba a la ceremonia.

Dio la dirección de la iglesia.

Miró a Carlos y Diego, que le seguían con la mirada, con estupefacción en el rostro.

Sonrió.

Se recostó en el asiento.

Echó hacia atrás su cabeza.

Y agarró sus manos fuertemente, para intentar que no temblaran tanto.

Y cerró los ojos.

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Historia por capítulos.

Chris Catcher by Biron.

Pues que Biron me ha mandado unas fotos de un chico que está muy guay.

Su nombre es Chris.

Es más majo…

Fijaos, fijaos:

Podéis pinchar en las fotos para verlas en grande.

ains.

Chris Catcher. ¿Majo verdad?

Pinchad aquí para ver todo lo majo que puede llegar a ser.

Si preferís ver todos los trabajos que acumulo en mi colección de Biron, pinchad aquí.

Y su web, la encontraréis siguiendo este enlace.