Era el día en que empezaba la cuenta atrás. El día en que las despedidas se sucederían, hasta un tiempo indeterminado después.
Un amigo y su bicicleta.
Un bajón de moral del 15.
Un chico en la parada del autobús. Se pasaba la mano por el pelo, para echárselo para atrás. Vestido de negro… pantalón camisa. Bello rostro, bello cuerpo. Nada de gimnasio… todo natural.
Me mira.
Lo miro.
“Qué injusta es la vida”, mascullo entre dientes.
Bajón del 15. Me repito, ya lo sé.
Seguimos andando.
Puerta del hotel. Promesas para el día siguiente, medio certeza que son meras palabras mecidas por la brisa de la noche.
Dos besos. Una sonrisa.
Promesas…
Él se va, y su bicicleta también.
Me doy la vuelta y desando lo andado.
Veo la parada ya cerca y al chico en ella. Un autobús… para… bajón del 15… no le podré ver una vez más.
Pero no sube.
Me apoyo en la entrada a un parking público. Miro mi bandolera para sacar un pitillo. Lo enciendo. Exhalo la primera bocanada, miro… pero no está.
Bajón del 15. Ni la vista me puede aliviar en esta noche… Una vista que me haga soñar… Miro al cielo… ni las estrellas vienen en mi ayuda…
Recuerdo a Pete, en Madrid. Recuerdo…
– ¿Y pensabas irte sin presentarte?
Me vuelvo sobresaltado. Se me cae la bandolera. Una sonrisa con mirada encima me observa apoyado de la misma guisa en que yo estaba hasta hacía unos instantes.
– Y tú… ¿No pensabas ir detrás de mí?
Me coloco la bandolera otra vez sobre mi hombro. Y me apoyo nuevamente en la entrada del aparcamiento.
– Me llamo Jaime
Él solo sonríe a modo de respuesta. No me dice como se llama.
Le miro. Es todavía más atractivo de lo que me había parecido en un primer vistazo.
Sonríe.
– ¿Así os presentáis en tu ciudad? ¿Sin besos ni ná?
Se incorpora y se acerca a mí. Pone sus manos en mi cintura… y me besa.
Separamos nuestros labios. Estoy un poco mareado de la sorpresa… y del beso.
– Me llamo David.
– Me gusta tu nombre… David… – lo repito para comprobar como suena en mis labios, con mi voz ronca de tanto hablar estos días. Y suena bien.
– ¿Y si me hubiera llamado Aristófanes?
– Aristófanes – repetí mirándole – suena bien – sonrío -. Me gusta.
– ¿Y si…? – no le dejé seguir.
– Me gusta… suena bien.
Sonríe.
– A mí Jaime no me gusta.
– Llámame como quieras – le contesto decidido.
…
– ¿Te gustaría tomar algo?
Él me mira… tarda unos segundos en contestar.
– Sí. A ti.
– Me voy pasado mañana.
– Entonces, tendremos que aprovechar el tiempo.
Y diciendo esto, me coge de la mano. Y me lleva hacia un portal.
– Tenemos toda la casa para nosotros – me dice volviendo ligeramente la cabeza.
Sigue tirando… acelera el paso.
Abre el portal, llama al ascensor, se vuelve, me da un beso, subimos hasta el 4º… entramos en su casa… me besa… cierra la puerta… le intento desabrochar la camisa, pero me aparta las manos… me quita la bandolera… me desabrocha mi camisa… yo le dejo… besa mi cuello… mi pecho, lame mis pezones…
…
…
…
…
…
…
Han pasado ya 4 horas. Parece que han sido 8. ¿Ó 2? Da igual.
Descansamos.
Apoyo mi cabeza sobre su pecho. Él dormita. Yo no puedo.
Bajón del 15. Dentro de un día, me iré. Y se está tan bien allí… es una almohada tan suave, tan cómoda… besa tan bien… sabe tan bien… mira tan bien…
Me giro y me incorporo un poco y vuelvo a besar ese ombligo. Y subo con mi lengua recorriendo cada centímetro de su piel. Levanto la vista… veo sus ojos… sonríen…
– No pares – me dice.
Y obedezco… tengo solo unas horas para ser su esclavo… y no pienso desperdiciar ni un instante…
…
…
…
…
…
Ya es la hora.
Bajón del 15.
Otra despedida, esta no planificada.
Me da su teléfono, me da su mail, me da su MSN, me da… un beso.
Dos.
Tres.
…
…
He perdido la cuenta.
– No quiero perderte – me dice.
– Vente – le digo.
– Quédate – me dice.
Sonreímos.
– Si vuelvo… – interrogo.
– Más te vale – contesta.
Me mira… ¡ufff!
Voy a salir de su casa. Me vuelvo… él sigue desnudo. Es tan guapo… tan dulce… besa tan bien, sabe mejor… tiene una voz…
– Espera – me dice, y sale corriendo. Vuelve poniéndose una camiseta, y con un pantalón de deporte. Y unas chanclas. Coge las llaves… y salimos.
Rodea mi cintura con sus brazos. Apoya su cabeza en mi pecho.
Ascensor.
Portal.
La calle.
A la derecha mi hotel.
Caminamos.
Parece como si hubiéramos andado abrazados una eternidad.
No hablamos.
Solo caminamos.
Noto humedad en mi camisa. David llora en silencio. Apoyo mi mentón en su media melena negra.
– Volveré.
– Más te vale – me dice.
– ¿Me llamarás?
– ¿Lo dudas?
Sonrío.
Llegamos.
Se incorpora.
Me coge el rostro entre sus manos. Me mira… me sonríe… me besa. De repente se gira y sale corriendo.
Pierde una chancla… pierde las dos… pero no para… corre y corre…
Bajón del 15, con sonrisa boba.
Subo a la habitación. Hora de recoger.
Una maleta, la bolsa, la otra bolsa, unas bolsitas con libros…
El móvil.
Contesto.
– ¿Cuándo vuelves? – era David – Te echo de menos.
– Yo también a ti – reconozco apesadumbrado.
– ¿Y pensabas irte sin conocerme?
– ¿Y pensabas dejar que me fuera sin correr detrás de mí?
– Tengo que irme – se hace tarde.
Bajón del 15.
…
…
…
Pago el hotel. No desayuno… no quiero diluir su sabor en mi boca. Ni siquiera enciendo un cigarrillo.
Saco el coche del garaje.
Meto las maletas… vuelvo a despedirme del recepcionista.
Coloco el GPS, enciendo el manos libres… meto la marcha… pero delante de mi, hay un chico, con una mochila en el hombro, con una sonrisa, y una mirada encima. Se va a la puerta del copiloto. Abre la puerta y se sienta.
– Ya podemos irnos – dice mirándome.
Sonrío.
Subidón del 15.
Arranco.