– Hola
– ¡Gervasio! ¡Qué sorpresa!
– ¿Cómo estás?
– Tirando. Te echo de menos.
– Yo también.
Estuvieron un rato los dos en silencio. Fermín tenía miedo de preguntar, y Gervasio no sabía por dónde empezar.
– ¿Sabes el frío que ha hecho hoy aquí? – a Fermín le agobiaba el silencio y empezó a hablar – Para joderse. Como en Navidades haga así… va a ir de compras su… – de repente Fermín se dio cuenta de que no tendría que salir a hacer compras de Navidad, porque no tenía ahora mismo a nadie a quien hacer regalos.
– Ya verás como mejora, Fermín – contestó contemporizador Ger.
– Ya, ya, será como hace 4 años ¿O son 5? Cómo pasa el tiempo. Leía el otro día en un blog que el tiempo se escapaba entre los dedos, como si fuera arena… y es cierto. Todo pasa muy rápido. ¿Qué estaba…? A, sí, ya me acuerdo. Estaba hablando de esa nevada gigantesca que nos cayó hace 5 años por Navidad. El día siguiente fue. Era domingo. Nadie recordaba una nevada así. Ni la abuela de Nicolás, ese amigo del que te he hablado alguna vez, el que se fue a vivir a Estambul. Esa mujer tenía ni sé los años… ¿95? no te exagero, no… pues esa mujer nos contaba que no recordaba ninguna nevada como esa, y no se había perdido ningún invierno en Burgos. Vamos, que no había salido de Burgos prácticamente. Pues no recordaba una como aquella. Pues fíjate que estuvo un amigo mío, Desiderio, cuatro días sin poder salir de casa, que andaba torpe porque tuvo una lesión de rodilla, pues no pudo salir en cinco días…
– ¿No eran cuatro? – le interrumpió Gervasio.
– ¿Eh? – Fermín se había quedado descolocado.
– Cuatro los días en que se había quedado incomunicado tu amigo Nicolás.
– ¡Ah! Cuatro o cinco, no me acuerdo bien. Pero fueron varios, quiero decir, y en una ciudad como Burgos que debería estar preparada… ¿Me estás tomando el pelo? – De repente fue consciente del tono burlesco que tenía la pregunta de Gervasio.
– Un poco. No haces más que hablar como una cotorra. Parece que…
– Es que no hablabas, Nicolás, no…
– ¿Nicolás?
– Joder, Gervasio, tú me entiendes, me estás poniendo nervioso. Ya no sé ni que digo…
Volvieron a quedarse callados.
– Pues el…
– ¿Y como…?
Ahora los dos habían hablado a la vez. Empezaron una corta y nerviosa risa, para quedarse seguidamente otra vez callados.
– ¿Qué tal el trabajo? – preguntó al final Gervasio.
Fermín suspiró antes de contestar.
– Bien, el trabajo bien. Me ha cundido esta semana. Estoy poniéndome al día rápidamente. Si pudiera seguir así un tiempo…
– ¿Y por qué no? – le interrumpió Gervasio.
– ¿Y tú me lo preguntas? Ya te lo expliqué, Ger, ya te lo dije el otro día…
– Pero yo estoy aquí, esta vez no te he dejado.
– No, Ger, no me has dejado tirado en mitad de la noche. Pero tampoco estás.
Se quedaron otra vez callados. Ninguno se atrevía a sacar el tema verdaderamente importante: la reunión de Gervasio con su mujer y las salidas a su situación personal y laboral. Y como quedaba su relación después de todo eso.
Fermín se levantó de su mesa, se puso el abrigo y salió a la calle con el teléfono en una mano. Con la otra sacó un cigarrillo y lo encendió, justo cuando salía a la calle. Se apoyó en un recodo de la pared, y esperó a que Gervasio hablara.
– ¿Vamos a estar los dos en silencio toda la tarde? – Gervasio empleó un leve tono de sorna al hacer la pregunta.
– Esto es peor que esas conversaciones de enamorados-besugos tan típicas.
– Podríamos decirnos durante media hora que nos queremos.
– Podríamos sí. Quizás sería mejor que me contaras como te ha ido y tus planes para el futuro.
– ¿Cenamos?
– ¿Cómo? ¿Pero…?
– Estoy en casa sí.
– La…
– No jures, te estás volviendo un mal hablado.
– Serás…
– ¿Capullo?
– Algo más fuerte. Eso es de señoritas.
– ¿Y quién dice que no soy una señorita?
– No me hagas hablar…
– Vale, esta la ganas tú. No soy una señorita. Soy un señor casado. Y con hijos.
– Suena a que eres un viejo.
– ¿Suena a viejo?
– Sí.
– ¿Soy viejo?
– ¿Eres viejo?
– Yo que va. ¿Y tú?
– Yo soy un chaval. La duda ofende.
– Te comportas como un chaval, sí.
– ¡Oye! Sin faltar.
– ¡Anda! ¿Es malo comportarse como un chaval?
– Es que lo has dicho en ese sentido…
– ¿En qué sentido? Hay chavales muy sensatos.
– Ya me entiendes, normalmente se sobreentiende que…
– Nada de se sobreentiende. No prejuzgues a los chavales. Yo conozco a chavales…
– Defíneme chaval. No sé si estamos hablando de las mismas personas.
– Te sientes perdedor y te defiendes.
– No me fastidies. Eso es una treta para intentar ganar la conversación…
– Es que la he ganado.
– ¡Qué vas a ganar! Defíneme chaval y veremos. ¿16? ¿20?
– O 40.
– Venga ya. Vas a ser como esos periodistas que en las páginas de sucesos dicen: “Un joven de 42 años resultó herido al ser atropellado por un joven de 56?
– ¿Eres andaluz?
– Me dirás que no lo has leído alguna vez en un periódico.
– ¿De 56?
– Bueno, eso es recurso literario. Pero…
– ¿Y qué más recursos literarios usas? A ver si…
– Ya estás intentado liarme. No. No lo vas a conseguir.
– Y vas a venir a cenar o te vas a quedar ahí al aire fumando un cigarro toda la noche?
– ¿Cómo sabes…?
– Pero si hace un aire… si siento el frío en mi cara…
– Ahora sí que eres exagerado… Tú eres el andaluz.
– De pura cepa. ¿No te lo había dicho, chiquillo?
– Anda, anda, eres un mal imitador de los andaluces.
– Eso es…
– Que me dejes acabar unas cosas, que en una hora estaré allí.
– Vale.
– ¿Qué vas a hacer de cena?
– Yo nada. Hoy te toca cocinar a ti.
– Pues vete buscando el teléfono de Telepizza.
– Que desastre… tienes que apuntarte a un curso de cocina. Así no se puede ir por la vida.
– Yo llevo el vino.
– Eso no es justo, trabajas en una bodega. No te supone esfuerzo.
– Y tú sabes cocinar. No es justo que cocine yo.
– Eres…
– Un sol, ya lo sé. ¿Me adelantas algo?
Gervasio se quedó callado unos segundos.
– Casi… mejor, sabes, mejor hablamos cuando vengas… en los postres.
– Eso quiere decir que hoy no follamos.
– Siempre pensando en lo mismo…
– ¿Hay algo más?
– Hombre, está… esto… bueno… sí… ahora no se decirte, pero seguro que cuando hayas venido se me han ocurrido un ciento de cosas.
– Ya, ya… anda… me voy a currar un rato más. Luego te veo.
– ¿Una hora?
– Hora y media mejor.
– Vale, dos horas. Conociéndote…
– Serás capullo… cualquiera diría que tú eres el ejemplo de la formalidad, no te jode.
– Pues…
– Anda, anda, no me toques los cojones…
– Que te vayas a currar. Que si no serán dos horas y media.
– ¡Bobo!
– Yo también te quiero, amor.
– Cuelga, coño.
– Cuelgo, pollas.
– Bobo…
– ¡Qué original!
– Serás…
Pero Gervasio ya había colgado.
Fermín se quedó mirando la pantalla, como si fuera a salir algo de ella. Cerró con parsimonia la tapa, y se fue hacia su despacho.
No se esperaba que Gervasio estuviera en casa. De hecho, en su fuero interno, se había hecho a la idea de que tardaría en verlo, si es que lo veía otra vez. Pero… había algo que le decía que… esto no iba a salir bien.
No.
Tenía un pálpito.
No, no iban bien las cosas.
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