Veamos… hablamos de libros. Y hoy me toca a mí.
Soy de los que piensa que el arte, la música, el cine, la pintura… debe moverte algo dentro de ti. Creo que lo he dicho últimamente varias veces. Marta Rivera de la Cruz, suele conseguirlo casi siempre conmigo. Lo hizo primero con “La importancia de las cosas”. Y lo ha hecho con “En tiempo de prodigios”.
Esta novela es una de esas que vienen a llevar la contraria aquellos que dicen que no hay novela premiada que sea decente, y menos si es con el premio Planeta. No, no ganó, pero fue finalista el año que lo hizo Álvaro Pombo. Yo os recomendaría que si tenéis que elegir, leyerais los finalistas, que no suelen ser tan conocidos y que te sueles llevar grandes sorpresas. Carmen Amoraga y su “El tiempo mientras tanto” es otro buen ejemplo de ello.
Pero hoy le toca a Marta Rivera de la Cruz y su “En tiempo de prodigios”.
Son dos historias paralelas. La de Silvio, un abuelete abandonado por su familia en su casa señorial de una de las calles fetén de Madrid, la calle Velázquez. Y Cecilia, una amiga de una de sus nietas, que es convencida por ésta, para que vaya de vez en cuando a “aguantar al abuelo un rato”, para charlar y eso. Cecilia es dibujante, ilustradora y vive en Lavapiés.
La vida de Silvio, ese abuelete que parecía aburrido, resulta ser una de esas historias apasionantes, con viajes, con vidas paralelas, con matrimonios sin amor y amores no correspondidos, pero efectivos… vivimos a través de él la guerra civil española, la II guerra mundial con sus espías, sus intrigas, la situación de unos músicos judíos polacos muy reconocidos en el mundo cuando Alemania invadió Polonia… Interesante…
Pero la historia que me removió por dentro, es la de Cecilia. Cecilia y su madre, a la que perdió hacía unos meses.
Llegué a la casa de mi padre la tarde del 23 de diciembre. Mentiría si dijese que el corazón no se me encogió en cuanto abrí la cancilla del jardín y recordé otras vísperas de navidad, cuando había recorrido el mismo camino empedrado hacia la casa, bajo la sombra protectora de los robles centenarios.”… “Mi madre nunca dejó de salir a la puerta a recibirme, ni siquiera en los últimos dos años, cuando ya necesitaba las muletas para caminar, y sus pasos eran lentos y cortos como los de un niño. Vuelvo a ver la expresión radiante de su cara cuando entrábamos diciendo en voz alta, “Feliz Navidad, Feliz Navidad” cuando nos abrazaba para prolongar los momentos dichosos que íbamos a vivir en los días siguientes.
Soy bobo, porque ahora mismo, estoy con mis gafas salpicadas de esas jodidas saladas que se escapan cuando menos conviene. Y mira que llevo 5 meses desde que lo leí para que se me pasara la congoja…
Su madre no es la mía, pero… Yo no tengo nada que ver con Cecilia, pero… hay algo en la forma de narrar de esta mujer, que te acaba llegando al corazón. No son las mismas historias que las de los que lo leemos, pero hay una esencia de la que sabe dotar a los personajes, a las situaciones, que hacen que te alegres, o que se te encoja el corazón, según toque. Luego hay otro párrafo, y posiblemente después de copiarlo, me vaya a refrescar la cara.
Me recibió mi hermano, que intentaba parecer alegre. Es el más joven de los tres, y desde que mi madre no está, se ha echado sobre los hombros la tarea de proteger a mi padre de las sombras de la pena. No se lo he dicho nunca, pero creo que lo que hace tiene un valor extraordinario. De los tres hermanos, él es el menos afortunado: por haber nacido el último vivió con mi madre cinco años menos que yo.
…
…
Bueno, recompuse el gesto. Sabes, de estos párrafos hay cosas que algún día intentaré hablar. De los padres, de los hermanos pequeños, de las pérdidas, de las añoranzas, de las cosas no dichas, de como a veces nos engañamos sobre alguien y debemos esperar a que nos dejen para darnos cuenta de la verdad, y de cuanto les debemos, sobre todo cuando ya no tenemos su pantalla protectora.
Y Cecilia no es un personaje perfecto, para nada. Ni Silvio en su papel de héroe de guerra, o con esa historia de película. Cecilia está perdida, su madre se fue y rememora una y otra vez sus últimos días en busca de algún detalle que hubiera podido mejorar, deja a su pareja sin una causa muy clara, busca algo con que sustituir a su chico pero… yerra en las formas, en el cuando, en el quién… , se equivoca juzgando a la gente; cuando a ella no le gusta que la juzguen, ella lo hace sin piedad. Lo hace con un vecino al que juzga con severidad, después de una confidencia de noche de alcohol y complicidad. Dicta sentencia sobre sus errores del pasado y no cree que haya expiado su culpa, ¿Lo hacemos en algún momento… expiar nuestros errores? ¿O somos culpable para siempre?
La verdad es que en un principio parecía la historia de aventuras de Silvio la más interesante. Me acabo de dar cuenta de que si no fuera por la historia de aventuras, la historia de Cecilia hubiera sido una emoción continua, hubiera sido difícil de digerir. Si no fuera por esa estructura que le dio a la novela su autora, quizás las dos historias hubieran sido inasumibles. El contraste, la mezcla, las hace a las dos interesantes, y el racionamiento de sentimientos, admisibles. Y como además, Marta Rivera de la Cruz escribe de esa forma tan natural, muy sencilla, sin grandilocuencias, pero llegándote dentro, sus personajes son tan humanos, tan cercanos… tan de chocarte con ellos en el Eroski…
Estoy releyendo esta reseña, y me río solo… no se parece en nada a como me la había imaginado. He tenido cinco meses para hacerlo. Y el caso es que me gustaba más la que tenía en la cabeza. Pero ya está escrita ésta, así que me aguantaré con ella.
En fin.
Datos del libro manejado:
Autora: Marta Rivera de la Cruz.
Editorial: Planeta.
Edición de bolsillo: Booket.
Finalista del Premio Planeta 2006.
1ª edición: 2006.