Gregg Homme: tras la cámara.

Me gustan los «Así se hizo», en las que se muestran los entresijos de un rodaje, o de una sesión de fotos. Así que como Gregg Homme ha tenido una vez más la amabilidad de enviarme este material, pues yo, lo comparto con vosotros. el vídeo es cortito, así que no os quitará mucho tiempo. Y siempre es un placer ver a Thierry Pepin.

Y unas foticos alusivas.

Si queréis, podéis visitar su web.

Otros post dedicados a Gregg Homme, pinchando aquí.

Hoy toca una de Orgullo: es 28 de junio.

¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Estás orgulloso?

Hoy toca. El otro día tocó San Juan y las hogueras, y hoy toca Orgullo. El otro día, no sé si me salió un post muy de noche de San Juan, y hoy puede que no salga un post muy de Orgullo.

Hoy celebramos el día en que en un local de NY, el Stonewall, un grupo de gays, lesbianas y transexuales se rebelaron con la manía que tenía entonces la policía de NY, de ir a cerrar y detener a los gays que pasaban un rato en ese local. Y los detenían por conducta indecente, que no se trataba de que dos hombres estuvieran practicando sexo en plena calle, sino que… eran gays, y eso era en sí mismo indecente.

De ahí nació este día. Y de estas manifestaciones, fueron saliendo los avances en el tema de los derechos de los gays.

Los derechos de los gays, no son otros que los del resto de las personas, no nos equivoquemos. Que algunos se les llena la boca, y parece que los gays pedimos la luna o algo así.

¿Qué quieres unir tu destino con una mujer? Estupendo. ¿Con un hombre? Igual de estupendo. Que tienes el mismo derecho a que no te discriminen por ser gay a la hora de buscar un trabajo. O que tienes el mismo derecho a ir con tu pareja agarrado de la mano por la calle.

Pero siempre que llegan estas fechas, y se aproxima la gran manifestación de Madrid del orgullo, que este año se celebra el 2 de Julio, tenemos la misma controversia: ¿Orgullo sí o no? ¿O con cambios? ¿Qué es esa manifestación, una fiesta, o un desfile para que todo los gays se sientan representados?

Yo lo tomo como una fiesta, ya adelanto. No creo que se represente ahí a todos los gays. Ni siquiera a una pequeña parte. Pero también pienso que hay que divertirse, y que ese es un buen momento.

Pero es que alguna gente pretende que esa manifestación sea una representación de la forma de ser gay, y con eso sí que no estoy de acuerdo. Porque muchos gays, no van al gimnasio todos los días, ni tienen cuerpos estupendos (yo mismo). Porque a todos los gays no les gusta vestirse de mujer (yo mismo). Porque muchos gays, no les gusta el cuero para vestir (yo). El otro día hablaba con una chica, y me decía que los gays somos más cultos que la media, por eso de que no tenemos familia y tal. Me parece otro error, porque conozco a gays extremadamente cultos, y otros que no saben quién es Poe (yo mismo). En cambio, tengo otro amigo, que dice que los gays no leen un libro ni aunque les recorten el miembro un par de centímetros. Cuidado, él es gay, ¿eh? Y tampoco es eso. Lo que pasa es que los que se mueven en un determinado círculo de la noche, y de gimnasios, y de ambiente, puede pensar que todo el mundo es igual a ellos. Y se tiende a creer que ese mundo, ese “ambiente” representa a los gays. Como los que se mueven en torno al Círculo de Bellas Artes, pueden llegar a pensar que, todos los gays son así.

Pero generalizamos. Los gays son amanerados, amantes de la moda, cuerpos cuidados, y con pasta. A los que no les gusta el cuero, les gustan las plumas y las plataformas. Y por supuesto todos sabemos quién es “la princesa del pueblo”.

Pues no.

Además, algunos tienen la idea de que los gays, todos, somos bellas personas, estupendas. Vale, puede ser en contra-posición a los que piensan que somos unos degenerados. Pero hay gays cabrones, hijos de puta, y hay bellísimas personas, como en el resto de comunidades.

Por cierto: quiero saber quién se está tirando a los chicos que me corresponden a mí. Porque eso es otro tópico. Pero ya estoy cansado que alguien se aproveche de la media, para quitarme los míos.

Hace unos días hablaba con un amigo, de lo que deberíamos vender. Es decir, las asociaciones al uso que defienden nuestros derechos. La palabra Orgulloso, a veces lleva a pensar que queremos ser más que el resto. Que somos mejores. Y tampoco creo que sea el caso. Somos lo que somos, cada uno de una forma, todos distintos. A los gays nos une que amamos a los de nuestro mismo sexo. Pero creo que en el resto de cuestiones, somos cada uno de una forma. Somos gente normal. Quizás ese es el camino para que muchos de los que no se sienten bien consigo mismo por ser gays, entiendan lo que son, y se sientan más fácilmente bien consigo mismos. Somos gente normal. Como el vecino del 5º. A él le gustan las rubias, a mi me gustan los morenos. Pero a los dos nos gusta el cine de John Ford, aunque a él le gusta más “La diligencia” y yo prefiero “El hombre tranquilo”.

Somos tan normales, que hacemos las mismas discriminaciones que hacen los demás con nosotros. En un sitio leí una vez que, los gays que no tienen pluma, son unos reprimidos. Es igual de indignante esta afirmación que decir que “los amanerados deberían intentar matizar su pluma o esconderla directamernte”. O aceptar que “las mariconas” como algunos llaman a los amanerados, es un tema distinto a los que no tienen pluma que son como menos gays. Es peor ser “maricona”, que “homosexual sin mariconeo”. O que los activos son menos malos que los pasivos, porque al fin y al cabo “estos son las mujeres de la pareja”. La primera postura me parece tan errónea como las que siguen.

Leo con mucha frecuencia que los gays deben ser de izquierdas. ¿Tú sexualidad debe condicionar tus ideas de cómo debe ser la economía, por ejemplo? Y digo yo: ¿No hay nadie que en unas elecciones vote a unos, y en otras a los contrarios? ¿Nadie cambia el voto?

Tampoco somos más listos, ni más brillantes. Ni más guapos. Hay cada cardo borriquero que es gay… (yo mismo). Y por cierto: a los gays, no no gustan todos los hombres. Para nada. A mí de hecho, la mayoría no me gustan.

Creo que mi amigo tiene razón. Creo que debemos potenciar la imagen de que somos como los demás. No hay dos personas iguales, que tengan la misma sensibilidad ante todas las cuestiones a las que nos debemos enfrentar en la vida, ni que exactamente nos gusten las mismas cosas. Un grupo de gays reunidos, tienen en común que les gustan los hombres. Ni siquiera tienes por qué congeniar. Ni caer bien al personal (yo de hecho caigo mal a la mayoría). Además, sabes, los gays, como ya os he dicho, discriminamos como el resto. Y juzgamos como los heteros.

Pero eso no quita que podamos divertirnos, podamos bailar, o ver cuerpos bonitos haciéndolo encima de unas carrozas. Y sacar fotos. Quizás este año vuelva a hacer un reportaje fotográfico de la fiesta de Madrid del Sábado. ¿Visteis el del año pasado? Como eres desde luego… y luego dirás que me sigues… en fin. Pincha leñe, y disfruta con las fotos…

Puedes aprovechar para invitarme a un café, por cierto. Qué ya te vale.

 Os dejo un documental que he encontrado sobre Stonewall. Es largo, pero creo merece la pena. Así podemos conocer el principio de todo.

 

Y ya acabo como le gusta a un amigo, a porvos: Nos vemos en la calle. Yo añado: o en una cafetería. 😛

R-evolución: el día. Burgos 2016.



Un poco de arte.

Cultura.

Porque hoy, es el día en que sabremos si la R-evolución ha sido efectiva, y Burgos es nombrada Ciudad Europea de la Cultura 2016. Es la primera vez que toda la ciudad, la gente, ha empujado a una por algo. Y solo por eso, pase lo que pase, ha merecido la pena. Es bonito pasear por Burgos, y ver cantidad de gente que luce la camiseta R-evolucionaria, sin un motivo o evento determinado. Simplemente porque les apetece.

Yo como siempre, mi granito de arena, con fotos con doble arte: la que pone el fotógrafo, y la que pone el modelo.

R-evolución - Burgos2016

 

PD. Ha sido bonito. Pero no hemos ganado. Una lástima. Aunque quizás sea bonito demostrar a todos que Burgos hubiera sido la mejor Capital Cultural posible. La R-evolución continúa.

Ayer hizo calor…

Y es que en Burgos no suelen ser normales estos días en que a las 12 de la noche hay 27 graditos.

Y pues que queréis que os diga, hay que buscar métodos para refrescarse. Yo he buscado este de arriba.

Na, tranquilos, que mañana nos pondremos una cazadora, que llega el aire del norte.

Por cierto, recomendaría a alguna señora o señor, que airee la ropa de verano un poco, para que se le quite el olor a naftalina. Es agobiante con 30 grados, rodeados de una multitud, viendo los fuegos artificiales. Yo ayer casi palmo. Casi echo la primera papilla.

Huy, ahora que me doy cuenta, es que no os he dicho que, estamos en fiestas… y os las vais a perder… una pena.

😛

 

La vida es impredecible, sinuosa. (2)

La vida es sinuosa, impredecible.

Las personas paseamos por ella, a veces tristes, a veces alegres, unas veces sabiendo lo que hacemos y dónde estamos, y otras sin querer saber. Unas veces intentamos olvidar, o no recordar lo que nos deparará el futuro, y por fin, otras veces, no queremos mirarnos en el espejo de nuestro juicio, para no enturbiar la imagen que nos hemos ido forjando de nosotros mismos.

Unas veces sabemos, y otras, cualquiera que nos mire en cualquier cafetería, mientras tomamos un café con leche, corto de café, si nos mira de aquella manera, sabrá más de lo que nosotros queremos conocer.

Levanto un momento la mirada del portátil, y repaso las personas que están sentadas a mi alrededor. La señora de la cartera y la foto de sus hijos en ella, da vueltas a su café como todos los días. Hoy todavía no ha hecho la tarta a su hija, ni posiblemente la hará. Hoy está más triste que de costumbre. No ha dormido ni siquiera diez minutos en toda la noche. Tiene ganas de morir, pero ni eso sabe hacer a estas alturas.

Una chica joven entra en la cafetería. Se sienta en la mesa de la ventana. Abre su bandolera, y saca un cuaderno con sus apuntes de econometría. Tiene examen dentro de dos días, y todavía no ha empezado siquiera a leer. El camarero se acerca, y le pide un café bien cargado: tiene que estudiar, le dice sonriendo al camarero, un chico joven, no más de 20 años. Éste se pone colorado. Ella piensa que le gusta.

Le lleva el café saltándose otros pedidos anteriores. Y le pone un platito con pastas, el doble que a cualquiera. Sonríe: el doble que a cualquiera.

La chica sonríe coqueta. Le da las gracias coqueta.

La pareja de la mesa de al lado se enfada con el camarero: “ellos estaban antes”. Le llaman la atención, no de muy buenos modos, por cierto. A sus cuarenta años, hace tiempo que olvidaron las miradas cómplices, y las ganas de vivir y de conocer gentes. Y no recuerdan ya, como es sentirse enamorados. Se casaron hace ya quince años, y hace diez que no se soportan. Tuvieron el primer niño, porque creían que iba a ser algo para toda la vida. Tuvieron el segundo, para hacer la parejita. Salió chico también, lo cual jodió sobremanera al hombre, porque quería tener una niña. Al tercero lo tuvieron para arreglar su matrimonio, que parecía que se iba a la mierda. Otro chico. Y al cuarto, lo tuvieron apenas hace tres años, en una noche loca, en la que el alcohol hizo su trabajo, y ellos el suyo. Otro chico.

Igual que no supieron tener a sus hijos, no saben como hacer que la vida sea un poco más agradable para todos. Y como ellos no saben ser felices, quieren que los demás no lo sean tampoco. No, no es eso. Lo que les pasa en realidad es que no quieren que el resto de los animales racionales o no, sean felices a su paso, para no recordar su propio fracaso.

Su hijo mayor es homosexual. Todavía no lo sabe casi ni él. Y cuando lo sepa, tampoco se lo contará a sus padres, porque ya hace tiempo que dejó de contarles nada. Su hermano de trece, dejó de invitar a sus amigos a casa, cuando tenía diez: le avergonzaban las discusiones de sus progenitores. El de siete, es un adicto a los juegos de la Play: está mejor ese mundo que el que le tocó vivir.

El de tres, llamó papá a su hermano mayor, antes de darse cuenta, que solo era su hermano.

El camarero apenas tardó un par de minutos en llevarles sus cafés: un manchado, y un cortado, con gotas de coñac.

La señora se quejó de que estaba muy cargado.

El señor se quejó de la “mierda de coñac que le había puesto”.

El chico bajó la cabeza, otra vez colorado. Les ofreció traerles otros cafés, pero la pareja no quiso. Total iban a estar igual de malos. “No volvería a ese antro” dijeron los dos casi al unísono, mientras miraban con asco y desprecio al chico de casi veinte años, y que se ganaba la vida como camarero, desde los 16, porque sus padres murieron en un accidente. El camarero buscó el apoyo cómplice de la chica de los apuntes de econometría, pero ella pasaba del tema, y miraba por la ventana, pensando en como decir a su novio, que le gustaban las mujeres, y que había empezado una relación con su prima Esmeralda. A sus 23 años, se había dado cuenta, así de repente, que le gustaban las mujeres. De que no le gustaba la carrera que estaba estudiando, se dio cuenta dos años antes de empezarla. Pero a su padre le hacía ilusión. A su madre, no, porque sabía que eso no le gustaba a su hija, pero como siempre decía ella, con una alegría igual de contagiosa que falsa: “No hay duda de que eres hija de tu padre”. En realidad su madre siempre se había sentido excluida de la vida de su hija. Y le dolía más, porque su marido nunca tuvo ninguna intención siquiera de conocer mínimamente a su hija. De ello habían hablado muchas veces al irse a la cama, pero siempre acababan igual: una girada del lado derecho llorando en silencio, el otro leyendo el Marca del lado izquierdo de la cama, con cara de saber y de conocer, y de dominar.

La pareja cabreada de los cafés, llamaron de nuevo al camarero. Lo hicieron con esa palabra mágica y que a los camareros les suele causar inmediatamente unas ganas irremediables de dar una patada en los miembros de los que las pronuncian: “¡chico, eh!”.

El camarero iba a ir a atenderles con su habitual diligencia, pero su jefe, que había visto la escena anterior, y que era el que había preparado sus cafés, le hizo un gesto, y fue él mismo hacia la mesa. La pareja aprovechó para quejarse del niñato ese que tenía como camarero, y que lo mejor que podía hacer era despedirlo. Precisamente no lo hicieron en voz baja, sino que lo hicieron en un volumen lo suficientemente alto para que el camarero supiera lo que estaban diciendo. El camarero, y el resto de la gente que había en el establecimiento. Darío, que así se llama el camarero, empezó a ponerse nervioso por los comentarios que escuchaba. En realidad lo que le pasaba era que no estaba acostumbrado a ser el centro de atención, y ahora, gracias a esos señores, toda la cafetería le miraba: unos con pena, y otros con asco, porque pensaban que si esos señores hablaban así, sería por algo. Un señor todo trajeado, incluso, llegó a despedirse de él, cuando pagó su zumo de naranja, porque pensaba que después de eso, el jefe le echaría.

El jefe escuchó la retahíla de la pareja enfadada. Les invitó a las consumiciones.

Darío estaba al borde del llanto: necesitaba ese trabajo. Le gustaba, y él estaba convencido de que lo hacía bien. Y no se esperaba que su jefe le desautorizara de esa manera.

El jefe volvió a la barra. No dijo nada.

La pareja seguía hablando de lo inútil del camarero.

El jefe cargó de café el mando. Puso dos tazas. Una la quitó después de que solo cayeran unas gotas de café. Calentó la leche hasta que casi hervía. Para el manchado. Cogió una botella de coñac, Magno, para el “con gotas”.

El camarero fue a atender a unos chicos que habían entrado, echándole huevos, porque se le notaba en la cara que tenía la mismas ganas de atender a nadie en esos momentos, que de pillarse la lengua con el quicio de la puerta de la cocina.

El jefe puso las tazas en la bandeja. Cogió dos azucarillos, y dos cucharillas. Dio la vuelta a la barra y salió por el lateral. Apoyó la bandeja en su mano izquierda y fue hacia la mesa de la pareja. Puso el manchado delante de la señora y el café con gotas de coñac, Magno, delante del señor. Los miró expectantes mientras echaban el azúcar y daban vueltas al café. La señora probó el café primero. Dijo “esto es otra cosa”. El señor probó después. Miró al dueño e hizo un gesto inequívoco levantando el pulgar de su mano derecha haciéndole ver que el café era de su gusto.

– Me alegra que les haya gustado estos cafés que les he preparado.

– Estos sí son buenos cafés – dijo el señor.

El dueño se fue a dar la vuelta para dirigirse otra vez a la barra. Sólo dio dos pasos y reculó.

– Lo que no entiendo… es como estos cafés que les he preparado ahora les han gustado tanto y los anteriores, que también los he hecho yo, no les han gustado nada. Porque… el camarero no les ha preparado los cafés, solo los ha traído.

El dueño apoyó la bandeja sobre la mesa y se apoyó sobre ella, inclinándose hacia delante para estar más cerca de la pareja. Miró primero a la señora. Después miró al señor. Ellos se miraban entre sí, sin saber muy bien que decir. Estaban desconcertados por la actitud del dueño de la cafetería.

En un movimiento rápido, y sin que nadie de los que estaban observando la escena se lo esperara. Miguel, que así se llamaba el dueño de la cafetería, metió su mano por debajo del platillo del café de la señora y levantó la mano. Apenas unos segundos después hizo lo mismo con el café del señor. Con tal mala suerte que el café, y la taza y el platillo cayeron sobre su regazo, manchándoles lo que se suele llamar por pudor, “las partes bajas”.

Tanto ella como él reaccionaron instintivamente levantándose y sacando culo, o poniéndolo en pompa, como dicen algunos por ahí, intentando separar la ropa de su cuerpo, ya que era evidente que el café estaba caliente. Le miraban con cara de estupefacción. Miguel les miraba alternativamente, impávido.

– A estos cafés también les invito yo – dijo sin siquiera pestañear.

La clientela de la cafetería miraba con sorpresa y en silencio la escena. Darío, el camarero que seguía colorado, y que había entrado en la barra para poner el pedido de los jóvenes que habían entrado los últimos, se había girado al escuchar el silencio repentino que había llenado el establecimiento. Su jefe iba hacia él, sonriéndole, aunque de repente se acordó de una cosa y volvió sobre sus pasos nuevamente:

– Les agradecería que no volvieran otra vez por aquí. No me gustan las personas que no saben respetar a la gente que trabaja conmigo, igual que me respetan a mi. Y menos soporto a los que critican mis cafés, con los buenos que los hago, ¡por favor!

Darío metió la jarra con la leche en la boquilla para calentarla, la chica que estudiaba econometría guardó sus apuntes en la mochila y se levantó para irse. El grupo de los chicos del fondo que esperaban sus consumiciones volvieron a su conversación, la señora de la foto en la cartera que había salido unos minutos antes volvió a entrar. Traía una bandeja en sus manos, se dirigió a la barra y se puso a la altura a la que estaba el camarero. “Darío” mientras este se volvía la señora apoyó la bandeja en la barra. “Ayer hice una tarta de chocolate blanco. He pensado que te gustaría comerla de postre” Darío sonrió sorprendido mientras la señora se giró y fue a sentarse a su mesa de siempre, en donde había dejado antes su café a medias, al cual siguió dándole vueltas como si nada hubiera pasado.

Darío miró como la chica que estudiaba econometría, salía por la puerta, y se lamentó con una mirada silenciosa, que se le hubiera escapado, hoy que se había decidido a preguntarle por un chico que la acompañaba a veces, y que le gustaba. Porque a Darío le gustaba ese chico, no la que estudiaba econometría. Pero era tímido.

Pero al menos podría llevar a casa parte de la tarta de la señora, y compartirla con su hermano pequeño, al cual adoraba y mantenía desde que sus padres murieron en ese accidente, cuando él tenía 16 años, y dejó de repente la juventud y la adolescencia para otra vida.

Entran los chicos serios del otro día, justo cuando la pareja del café en sus partes, salen sin que nadie les mire siquiera. Hoy vienen un poco menos serios, y un poco más sociables. Pero por hoy ya es suficiente. Aunque se sientan en la mesa de la ventana, la misma de la que pocos minutos antes se había levantado la chica de la econometría, hoy no les toca.

Espera, se dan un pico.

Parece que se empiezan a saber por qué se quieren.

El camarero les mira con envidia; él quisiera hacer lo mismo con el amigo de la de econometría.

Pero todo esto será otra historia. Quizás la escribas tú, o a lo mejor lo hago yo.

O tú escribirás sobre mí, cuando me veas caminar por cualquier calle del mundo, con mi pañuelo cubriendo mi pelo, y mi bandolera colgando.

Y eso será otro día: “El día”.

¿Qué día preguntaréis?

Pues el día del amor fraterno, el día de la tarta de Frambuesa, o de la de chocolate blanco. El día del respeto, o el día de “Me cagüen to”. O el día en el que tú y yo, nos miraremos a los ojos, y nos digamos: “te quiero”.

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Este post tiene dedicatoria. Porque sin una persona grande y estupenda, no hubiera sido posible.

Así que Saiz, este post va dedicado a ti.

Y si no habéis leído a Saiz, deberíais hacerlo. Su blog se llama: «La vida entera en un silencio». Una maravilla.