Un comienzo…

Y llegó a casa.

Nunca había tardado tan poco en llegar. Y es que, hoy… hoy es un día especial… Hoy su chico, se mudaba a casa. ¡¡Al fin!!

Llevaban juntos… pues casi 1 año. Poco le faltaría. Esto de las fechas no era lo suyo. Siempre se le despistaban las fechas, los aniversarios, los cumpleaños. Mario tampoco era de fechas. Así que no sabrían cuándo celebrar su aniversario… Menudo par de dos… Pero hoy, 23 de enero, será en el futuro,  un buen día para celebrar. Lo iba a apuntar en la agenda del móvil.

Había intentado tener libre ese día en el trabajo, para ayudarle con el traslado de sus cosas. Pero no lo pudo conseguir. Son malas fechas. Trabajaba en la oficina de una empresa, en contabilidad. Y son días de cierre, de declaraciones de Hacienda… y no pudo ser. Estuvo tan liado todo el día que, ni siquiera sacó unos minutos para llamarle. Bueno, sí, ahora que recordaba, lo intentó a las 11,00, pero no le cogió el teléfono. Luego ya se olvidó. Ahora que lo pensaba, era raro que luego no le hubiera devuelto la llamada. ¡bah!, pensó. Seguro que le había pasado como a él. Con el lío de la mudanza, se le pasaría.

Sacó la llave del bolsillo, y abrió la puerta.

–         ¡¡Mario!! ¡¡Ya estoy!! – gritó nada más cerrar la puerta de su casa.

–         ¿Mario?

Pero nadie contestaba. No veía ninguna luz encendida. No había nadie en casa. A no ser… seguro que se había tumbado un rato a descansar, y se había quedado dormido… ¡Seguro!

Fue encendiendo luces. El hall, el salón, el pasillo… su habitación… No, no estaba. Estaría trayendo todavía cosas…

Daniel pensó en aprovechar a ducharse, y a preparar una cena de bienvenida. Pensó en hacer un pastel de merluza y gambas, con salsa rosa, y preparar antes unas tostadas para un foia que compró el otro día. Y si se daba maña, y el horno no le fallaba, podría hacer una tarta de queso de postre. Tenía leche condensada, y queso de Burgos… así que… decidió ponerse a ello sin pensarlo.

Llegó a su habitación, se quitó los zapatos, la corbata, la chaqueta la colgó en una percha, y los pantalones los dobló cuidadosamente… que no le apetecía planchar ese fin de semana. Se quitó la camisa, una de rallas que le había regalado Mario, sus bóxer, sus calcetines… y todo ello lo echó al cesto de la ropa sucia. Así, desnudo, se fue hacia el baño.

Encendió la luz, y se miró en el espejo. Le había crecido mucho la barba… raspaba mucho. Solía pasarle que, los días muy intensos, muy estresantes, parecía que le crecía la barba con más fuerza, y más rápido. Decidió afeitarse, quería estar perfecto para esa noche. Cogió el gel, se mojó primero la cara con agua caliente, y extendió una buena ración por su cara. Estaba contento, no hacía más que tararear una música sin nombre, ni autor.

Acabó de afeitarse, y se metió debajo de la ducha. Calentita el agua… dejó que cayera por su cuerpo… se iba pasando la mano por todo él… quería rememorar la última vez que lo hicieron en la ducha… y sus manos seguían los mismos caminos que habían seguido las manos de Mario por su cuerpo… No pudo evitar excitarse… pensó en masturbarse… pero no… eso se lo dejaba a Mario para después… Seguía cantando… no tenía prisa… se estaba bien debajo del agua…

Pero se dio cuenta que, si seguía a ese ritmo, no podría preparar la cena que tenía prevista… así que dejó sus ensoñaciones, y aceleró su ducha.

Todavía secándose, fue a su habitación de nuevo. Abrió el armario para coger una camiseta y un pantalón de chándal, para estar cómodo mientras cocinaba. A la derecha tenía la ropa vieja, que solía ponerse en casa. Cogió la primera camiseta que vio, y un pantalón de chándal verde, horroroso, que tenía desde hacía años. Era el último chándal que le compró su madre… que había tenido que usar muchos meses, para no despreciar el regalo de su madre… la pobre… nunca había tenido buen gusto para la ropa de deporte… jajajaja. Se reía solo de pensar la cara de indignación que ponía ella cuando le hacía este comentario…

Cerró la puerta del armario. Se miró en el espejo… el efecto que tenía su atuendo de cocinero… De repente se acordó de los calzoncillos… jajajaja, ser rió… no era cuestión de dar tantas facilidades para cuando llegara Mario… aunque luego, estaba pensando, podrían cenar desnudos… ¡¡Hummmmmmmmm!!… Pero así de primeras… sin facilidades… así que se quitó otra vez los pantalones de chándal y abrió otra vez el armario, para coger unos calzoncillos.

Pero esta vez, al abrir el armario, algo llamó su atención. Era un armario muy amplio, que había estructurado esta semana para que cupiera la ropa de Mario… pero allí no había más ropa que la de él. Se giró con un impulso rápido, y no vio ninguna maleta, ninguna caja. No había ni rastro de la ropa de Mario.

– ¿Por qué ha dejado la ropa en otra habitación? – pensó Daniel en voz alta.

Fue a las otras habitaciones… pero no. No había tampoco ninguna caja, ninguna maleta. Se fue al salón.. .pero no había nada allí tampoco. La cocina estaba tal y como la dejó él por la mañana, con los restos del desayuno en el fregadero.

Cogió el teléfono, y marcó el teléfono de Mario. Seguro que le había pasado algo. Por eso no le devolvió la llamada por la mañana.

No lo cogió.

Volvió a intentarlo. Y otra vez. Y otra.

Nada.

Empezó a ponerse más nervioso. Se levantó para ir a por el móvil. Iba a llamar a Carlos, un amigo que le iba a ayudar en el traslado. Y no tenía su número en el inalámbrico de su casa. Fue a su habitación a cogerlo del bolsillo de la chaqueta. Comprobó que no tenía ninguna llamada perdida.

Llamó a Carlos. Pero tampoco contestó.

Se sentó en la butaca del Salón. En esa en la que le gustaba leer. Iba marcando alternativamente el número de Carlos, y el de Mario. Al final, decidió llamar a Helena. Esta sí contestó, pero no sabía nada. O eso dijo… aunque a Daniel le pareció que algo raro pasaba. El tono de Helena…

Se quedó mirando el techo. No entendía nada. No sabía que le había podido pasar. Cogió otra vez el móvil, y buscó el teléfono del piso en dónde vivía Mario. Seguro que sus compañeros de piso, todavía no habrían salido de juerga. Mientras lo buscaba, empezó a sonar el móvil. Era Carlos.

–         Hey, Dani, ¿qué haces? Perdona que no te haya contestado antes, estaba conduciendo.

–         Nada, nada. Tranki. Oye.. ¿Sabes algo de Mario?

–         Claro… si he estado con él todo el día… menuda paliza nos hemos pegado con la mudanza.

–         ¿La mudanza?

–         Claro, hombre.. no me digas que no te acordabas de que hoy se iba a Madrid… recuerda que el lunes empieza a trabajar en esa empresa… ¡joder! No hay forma de acordarme de su nombre…

Daniel estaba desorientado… no entendía lo que le decía Carlos. ¿Un trabajo en Madrid? ¿Qué se iba a vivir a Madrid?

–         Carlos, macho, déjate de coñas. ¿Dónde está Mario? Hoy se venía a vivir conmigo… ¿recuerdas?

Carlos se quedó callado. Se le notaba incómodo al otro lado del teléfono.

–         Me parece que he metido la pata… – dijo al final Carlos…

–         ¿Metido la pata? ¿Me quieres explicar que pasa?

–         Oye mira… mejor hablas con Mario Yo…

–         Eso quisiera yo, hablar con él… Oye, dime una cosa… y esto… ¿Lo sabíais todos… Helena, Sergio, Pablo, Ricardo, Fermín, Iván, Genoveva…?

–         Pues me imagino que sí… no era ningún secreto…

–         Salvo para mí… ¿no? Déjalo… déjalo anda. Muchas gracias por todo. Agur.

–         Dani… – intentó decir Carlos…

… pero Daniel no le escuchó. Ya había colgado. Dejó su móvil en la mesita encima del libro que estaba leyendo, «Tenemos que hablar de Kevin». Se levantó y se fue a la cocina. Se quitó la única ropa que llevaba, esa camiseta vieja. Abrió el cubo de basura, y la tiró. Y así, desnudo, se fue al frigorífico para sacar el queso de Burgos para la tarta, la cola de merluza, las gambas… iba a preparar la cena que había imaginado.

Los teléfonos sonaban de fondo. El móvil, el fijo. Ambos a la vez. Pero él solo cocinaba.

Mientras esperaba que el pastel de merluza se hiciera en el horno, puso la mesa. Un solo plato. En el Salón. Unas velas. Platos de las ocasione especiales, como decía su madre. Cristalería fina. «Para las ocasiones especiales».

Llamaron a la puerta. Después de sacar el pastel del horno, fue a abrir. Miró por la mirilla. Era Nacho.

Abrió la puerta, así como estaba, desnudo. Nacho se quedó parado, sorprendido.

–         ¿Te quedas a cenar? Pasa y cierra la puerta.

Y diciendo esto, se fue otra vez a  la cocina. Nacho le siguió.

–         Nacho, hazme un favor. Coge el teléfono que suena, y al que llame, le dices que no me he tirado por la ventana. Y le das las gracias de mi parte. Y que corra la voz, para que no me den el coñazo. Y si no te importa… te quitas la ropa. Me apetece cenar en pelotas. Y lo cortés es que sigas el protocolo marcado por el anfitrión.

Nacho apenas había podido cerrar la boca de la sorpresa…

Y ya desde la cocina… Dani seguía…

–         Y si no te importa, te quedas a dormir conmigo. En mi cama. Después de follar. Qué sé que te gusto, y tú a mí también me gustas. ¿Algo que objetar?

–         Bueno…

–         Gracias. Eres un sol.

Y diciendo esto, se fue hacia él, y mientras Nacho se quitaba la camiseta, Daniel le cogió con su mano derecha por detrás del cuello, le acercó hacia él, y le besó. Más bien… le penetró su boca con su lengua.

–         Cuando te desnudes… por favor… contesta al teléfono. Puedes dejar la ropa en mi habitación.

–         Esto… Dani… ¿Estás bien? – Se atrevió a preguntar Nacho, con un hilillo de voz…

Daniel se quedó parado… se quedó pensando unos segundos mirando al suelo…  al final levantó la cabeza, mirando a Nacho… con unas lágrimas pugnando por salir…

–         Nunca he estado peor en mi vida. Me siento violado emocionalmente, apaleado por mis amigos, vejado por el mundo. Nunca me he sentido más solo. Nunca me he sentido peor.

Se quedó pensando un momento…

–         Nacho, perdona… no quiero hacerte pasar por esto. Anda, vístete y vete, que es viernes y querrás salir con estos… o ir a ligar… No me tengas en cuenta las bobadas que te he dicho… ni las que he hecho…

–         ¿Te importa que me duche? – le contestó Nacho. Es que llevo todo el día danzando y debo oler a choto…

Daniel hizo un gesto hacia dónde estaba el baño…

–         Y bueno, si no te has arrepentido… me quedo… Voy a coger el teléfono… es horroroso, no deja de sonar…

Se le quedó mirando mientras cogía el teléfono. Se había quitado la camiseta solo. Era guapo. Y sonrió. Sonrió pensado en el día que Nacho se le insinuó cuando se conocieron, en aquella discoteca… y él no quiso, porque estaba con Mario. Quizás si ese día él se hubiera lanzado… hoy no se sentiría como una mierda.

Agitó su cabeza para quitarse cualquier pensamiento. Daba igual. Era una bobada pensar lo que hubiera pasado si… Se fue a la cocina… debía acabar de hacer la cena.

–         ¿Que prefieres para beber, Nacho… Cava o Vino? – gritó Dani.

–         Joder, estabas preparando una cena en condiciones…

–         Hoy celebraba que mi novio venía a vivir conmigo… un comienzo… y pensándolo bien… sigo celebrando un comienzo… no sé de qué… solo sé que lo celebraré contigo… ¿Cava o Tinto?

–         Cava está bien.

–         No tardes… la cena casi está preparada.

–         ¿Sí? – contestó al final Nacho el móvil de Daniel – Sí, Helena, no te preocupes, Dani está bien… un poco enfadado… Ya os dije ayer que me parecía una traición no decirle lo que pensaba hacer Mario…

Daniel sacó el foia de la nevera. Se sentó en una silla en la cocina. Apoyó su cabeza en la mesa, sobre sus brazos…. y empezó a llorar…